Reducir «Inside Llewyn Davis» a un retrato del
nacimiento de la escena folk en la Nueva York de principios de los
sesenta sería como decir que «Fargo» no es más que un telefilme policial
ambientado en la nevada Minnessota. La última y estupenda película de
los Coen, que se presentó ayer en Cannes, utiliza la música como
monumental «macguffin» que les ayuda, eso sí, a atemperar su
acostumbrado sarcasmo con una ligera capa de melancolía. Los que
consideran «Barton Fink», «El gran Lebowski» y «Un tipo serio» «Coens»
menores tienen otro título que añadir a su lista. Al que esto firma le
pareció una película apasionante, el retrato de un perdedor condenado a
vivir la Odisea de Ulises en clave de infierno dantesco.
Parece
que el modelo que han utilizado los Coen para inventar este «loser»
integral es el oscuro cantante de folk Dave van Ronk. Tampoco es
necesario conocerlo, ni conocer a Bob Dylan y sus acólitos para
disfrutar de la brillante interpretación de Oscar Isaac (quién lo diría,
el Oreste del «Ágora» de Amenábar), que canta con la sensibilidad
quebrada del que sabe que tiene talento pero nunca lo expresa en el
momento oportuno. El modelo, claro, no importa, porque lo que prima aquí
es el viaje a ninguna parte: la atmósfera descolorida de los clubes
humeantes del Village, obra del magnífico director de fotografía Bruno
Delbonnel; los incómodos sofás en los que duerme un héroe nómada, que
transita pasillos tan estrechos como en una fantasía kafkiana, de piso
en piso, dinamitando gracias y favores; la impagable galería de
secundarios –incluidos John Goodman como músico de jazz heroinómano,
Justin Timberlake, como cantante pacato, Carey Mulligan, como amante
deslenguada y F. Murray Abraham, como fáustico empresario musical, sin
olvidarnos a un gato que se transforma en hilarante «leitmotiv» de todo
el relato: «Como la película no tiene una trama definida», declaró Ethan
Coen, «por eso añadimos el gato. En realidad, ¡el gato es el
protagonista!»– que le recuerdan, como un seductor e insistente canto de
las sirenas, que es un desgraciado, un egoísta, un hombre predestinado
–como lo era Barton Fink o el Grifin Dunne de «After Hours», fantasía
nocturna de Scorsese con la que tiene muchos puntos de contacto– a
repetir las escenas de una pesadilla, a revivir el mito de Sísifo y a
ser Prometeo encadenado.
Lo que no significa que los Coen mitifiquen a su perdedor como podría hacer John Huston. Lo machacan, le obligan a recorrer un laberinto kafkiano de obstáculos y rechazos, se ríen de su irresponsabilidad bohemia, pero, al contrario de lo que ocurría en sus primeras películas, sienten una gran empatía por él, a lo que ayuda la magnífica interpretación de Oscar Isaac, que canta, toca la guitarra y se deja humillar con la dignidad de los artistas incomprendidos.
Revolución hueca
Muy lejos de los logros de «Inside Llewyn Davis» estaba la otra película a competición, «Borgman», de Alex Van Warderman. Suerte de «Teorema» pasado por el tamiz de la crisis de valores de la sociedad contemporánea, el filme holandés cuenta el progresivo asedio de una tropa de seres diabólicos a una mansión, burguesa y acorazada. Lo que empieza de modo inquietante y sarcástico, evidenciando la xenofobia y la condescendencia de las clases privilegiadas hacia los que «parecen» desfavorecidos, acaba retorciéndose sobre sí mismo, sin saber muy bien cuántas capas añadir a su soufflé de críticas dispersas. Como parábola, es de corto recorrido, porque su mensaje –la fragilidad de la Europa de la sociedad del bienestar ante las amenazas externas– es demasiado genérico y desenfocado para calar hondo. Además, su presunta subversión parece volverse en su contra, al colocar a los desahuciados como fríos agentes de una revolución hueca en forma y fondo. Está claro que la indignación ante el declive de la civilización occidental necesita algo más que una metáfora vagamente provocativa.Baldwin y las tripas de la industria
Qué
mejor lugar que Cannes para presentar un documental sobre el Festival
de Cannes. Aunque «Seduced and Abandoned» aspira a ser mucho más que una
crónica desde dentro del certamen: quiere imprimir una mirada crítica
sobre las exigencias de la industria para levantar una película y,
utilizando voces tan autorizadas como Scorsese, Polanski y Bertolucci,
que nos explican sus primeras experiencias en el festival, quiere
analizar qué ha cambiado en este zoco monumental desde la época en que
financiar un proyecto de presupuesto medio era posible. James Toback se
alía con Alec Baldwin para inventarse un filme –«Último Tango en
Trikrit», «remake» imposible de la obra maestra de Bertolucci, que
debería protagonizar el mismo Baldwin y Neve Campbell– que sirva de
excusa para comprobar las dificultades con que se encuentran
determinados cineastas –y Toback, con títulos de culto como «Melodía
para un asesinato», es un ejemplo modélico– para hacer el cine que
quieren. Algunas de las reuniones con ejecutivos de Hollywood son
impagables, y el ritmo es dinámico y didáctico, aunque la verdad es que
tampoco descubre la sopa de ajo. El dinero, sí, es lo que cuenta.
Autor: Sergi Sánchez (Diario La Razón)
No hay comentarios:
Publicar un comentario