Una voz en off, la Muerte, al cabo, nos advierte
desde el principio: hagas lo que hagas, tú también desaparecerás algún
día. Nadie está aquí para siempre, se trata de la democracia perfecta,
de la más justa. Y bajo esa premisa se abre «La ladrona de libros»,
basada en la novela homónima de Markus Zusak, o la historia de Liesel
Mamminger, una niña de 9 años adoptada por una familia obrera alemana
durante la II Guerra Mundial que no sabe leer ni escribir pero que,
gracias a su padre adoptivo, aprende a desentrañar las líneas
enigmáticas y, sobre todo, a depender de las obras que sustrae cada día
atestadas de palabras que consiguen aliviar el miedo cuando estallan
cerca las bombas, cuando comienzan los ataques aéreos sobre un pueblo,
el germano, que, está en el trasfondo del filme, aún no sabe la
trascendencia de la barbarie en la que está inmerso desde que los nazis
tomaron el poder y decidieron eliminar a un pueblo de la faz de la
tierra. De hecho, en el sótano de la familia, un judío que huyó intenta
sobrevivir a la desnutrición y la miseria mientras comparte con Liesel
el amor por esos volúmenes y garabatean vocablos en una pizarra. Sophie
Nélisse (la mirada de esta jovencita basta a veces para entender
cualquier escena), Geoffrey Rush y Emily Watson interpretan al sólido
trío protagonista en el sobrio, contenido filme de Brian Percival
(director, asimismo, de la premiada serie televisiva «Downton Abbey»),
lo que fue una gran decisión: es tan dura la historia, duele tanto
todavía, que sin cuidado el tono de la cinta habría derivado pronto al
terreno abiertamente lacrimógeno. Hablábamos de la Muerte, la
narradora: al final, susurra, «los humanos siempre me acechan». Es una
manera de verlo no por inédita menos real.
Autor: Carmen L. Lobo (Diario La Razón)
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