viernes, 16 de agosto de 2013

Crítica de "Pacific Rim"


En su debut como director, Dai-Nihonjin (2007), el cómico japonés Hitoshi Matsumoto utilizaba el falso documental para contar la antiépica vida de un pintoresco funcionario, alimentado en el bajo vientre de ese subgénero de la cultura popular japonesa que es el kaiju-eiga, películas con monstruo gigante radioactivo. El protagonista de Dai-Nihonjin era un melancólico poshéroe, que era agigantado cada vez que un monstruo mutante generaba problemas de orden público en algún lugar de Japón. Repudiado por unos conciudadanos soliviantados por el gasto público en esa materia, el personaje acababa ejerciendo de golpeado figurante en una serie de televisión que reciclaba el kaiju-eiga para el consumo del público estadounidense.

En la evolución del género puede leerse una historia cifrada de la autoestima japonesa: del exorcismo de un trauma nacional (Hiroshima y Nagasaki) a través del espectáculo a su reciclaje como icono pop de un renacido orgullo colectivo (Godzilla pasó de amenaza a protector del pueblo japonés ante amenazas mayores). En ese sentido, la película de Matsumoto se erigía en saludable irreverencia a un subgénero que es parte indisociable del espíritu nacional.

En Pacific rim, Guillermo del Toro, con la complicidad del guionista Travis Beachman, levanta una realidad alternativa fundiendo dos subgéneros japoneses que, en el fondo, nunca estuvieron demasiado separados: el kaiju-eiga y el imaginario de los mechas (o robots gigantes, hipérboles de un poder militar japonés contemplado desde la nostalgia y la derrota de posguerra). El cineasta mexicano sabe que su relación con las raíces culturales de todo ese asunto no es la misma que la de Matsumoto, y, quizá por eso, el punto fuerte de su propuesta está en la mirada irónica sobre la fetichización occidental de la cultura popular nipona: los satélites más o menos excéntricos de su comando heroico (los personajes de Ron Perlman, Santiago Segura, Charlie Day y Burn Gordman) son mucho más interesantes que unos protagonistas con traumas de manual que, a ratos, se dirían puros descartes de la saga Neon genesis evangelion. De hecho, Pacific rim parece mantener con otras recientes aproximaciones occidentales a los mecha (la saga Transformers) la misma relación que esos personajes secundarios mantienen con los esquemáticos héroes de este relato: es el contrapunto delirante a algo mil veces visto. Y está claro lo que puede aportar y aporta Del Toro a ambos subgéneros: buen gusto, conocimiento de causa, locura y ocasional poesía… en una película que peca de cierto sobrepeso.

Autor: Jordi Costa (Diario El País)

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