En un momento preciso de estos nuevos «Los
juegos del hambre», el inmortal Fellini se nos viene a la cabeza con
aquella película emocionante y vidente, «Ginger y Fred», una parodia de
la televisión, a la que odiaba sin remordimientos, y sus burdos y
crueles mecanismos para contentar al anestesiado, pero, a pesar de ello,
peligrosamente exigente, respetable. Nunca hay bastante sangre ni
bastante carne fresca. Son esas escenas donde Katniss Everdeen y Peeta
Mellark, su novio postizo hasta cierto punto, aparecen disfrazados de
futuros contrayentes delante de una cámara. Y el público ruge complacido
porque quiere más, más mentiras, más límites quebrados, aunque sea un
matrimonio de pega o un embarazo ficticio. Creen porque quieren creer,
porque les han acostumbrado a creer en vidas falsas. Y lo necesitan.
Contra la mayoría de los pronósticos y el péndulo de la muerte oscilando
siempre encima («segundas partes nunca fueron buenas», dicen y aciertan
demasiadas veces), Francis Lawrence ha sabido enmendar la plana, si
quiera decentemente, al filme primigenio dirigido por Gary Ross y dotar a
éste de la necesaria acción, emotividad, madurez (porque Katniss ha
crecido y es escéptica y sabe que esa sociedad dividida en números huele
a podrido y, por ende, siente mayores razones para utilizar el arco y
la flecha), amén de hacer evolucionar la historia hacia un terreno donde
el romanticismo existe pero no es tan evidente. Por encima de la
crítica, que comparten ambos títulos, hacia una sociedad no tan futura
totalitarista y fascistoide, un inclemente Gran Hermano para el que las
víctimas que deja a su paso sólo resultan daños colaterales que pueden
eludir fácilmente, basta cambiar de canal un rato, la cinta poseee
buenas escenas de acción e interpretaciones ajustadas por parte del
elenco joven (con una puntuación alta en especial para Lawrence, esa
actriz de belleza redonda y extraña que será ya para siempre la heroína
en llamas) gracias, también, a la presencia de Donald Sutherland, que
repite en el papel del tenebroso presidente Snow, y la incorporación de
fichajes como Philip Seymour Hoffman, en un ambiguo personaje que hacia
el final del metraje da la impresión de que ya se había decantado por
uno de los filos de la navaja. Los fans pueden estar tranquilos porque
esto no ha hecho más que empezar, y la arena y los combates y los
retruécanos de guión se extienden, lejanos, en el horizonte.
Autor: Carmen L. Lobo (Diario La Razón)
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