martes, 10 de diciembre de 2013

Crítica de "Los juegos del hambre: En llamas"


Sigan el libreto. Es más arriesgado, pero si eres capaz de captar el espíritu saldrás vencedor. Es extraño que la secuela de una saga triunfadora tire por ese camino, pero Francis Lawrence se ha ceñido a la trilogía creada por Suzanne Collins para seguir las semillas de oro que conducen al Sagrado Grial: crítica más público. El resultado es feroz, con todo lo que conlleva.

Se preveía, porque estaba escrito y porque era de ritual, que la secuela iba de revolución, de dientes prietos y puños crispados, de ira contenida y de siete golpes recibidos por cada mirada cruel hacia el tirano (grandísimo Donald Sutherland, sin apenas resquicios en su brillantísima carrera). A Sutherland no le hace falta nada para generar una amenaza atroz, como a Seymour Hoffman (otro grande), que con su sola presencia llenan la película de un contenido sangriento sin sangre, de esos que levantan un dedo e incendian el mundo.

A su alrededor gira una película de factura espectacular, de medios y enjundia muy superior a la primera entrega, con una garra de acero y máxima profundidad en los personajes, delimitados en sus fortalezas y flaquezas: uno que quiere a una que quiere a otro, el vencedor atrapado en su soledad, las secuelas de ser ganadores, los tiempos de cólera que ponen a los contendientes al borde de la locura... Lawrence logra transformar los juegos en guerra y el dolor en drama al tiempo que muestra un camino de hormigas, un sendero en el que se va lento, pero inexorablemente, hacia una rebelión tan cruenta como la tiranía en sí.

Si la saga ha llegado al espectador no es solo por los fuegos de fanfarria, el divertimento y la originalidad del tema, es porque conecta con el mundo actual: los de arriba aprietan la soga y los de abajo aguantan como pueden, pero se intuye que si no dejan de apretar el juguete les explotará en las manos.

Eso sí, no busquen final porque no lo hay. Es una serie diseccionada tan quirúrgicamente como Lawrence lo ha hecho con sus personajes. Si quieren una clave, observen detenidamente la mirada final de Lawrence; Jennifer, no Francis, y ahí lo encontrarán todo: desolación, pena, abandono y, al instante, horror, crispación, ira, sangre en la mirada... Es toda una promesa de odio y rencor.

Autor: José Manuel Cuéllar (Diario ABC)

No hay comentarios: