Cuento de princesa con 'celebrity' destronada
Naomi Watts tuerce el cuello, baja la mirada y, sí, por momentos parece la mismísima Diana de Gales. Pero hay algo que no acaba de cuajar. No es la Thatcher de Meryl Streep, para entendernos. El director prescinde del contexto, dándolo por sabido, nos regala un par de pinceladas y se mete de lleno en los dos últimos años de vida de esta mujer, en su pasado más íntimo. Si en Mi semana con Marilyn algunas escenas a puerta cerrada nos creaban la duda –¿nos fiamos del único testigo?–, aquí ocurre un tanto de lo mismo: te preguntas si ésa es la mujer que creías recordar. Y éste es realmente el señuelo de este filme irregular, que podría haber funcionado como miniserie. Muchos periodistas cubrimos para los medios su trágica muerte en 1997 y en su mayoría desconocíamos este periodo de su vida. Como si el accidente de París, con el acoso de los paparazzi, hubiese servido de cortina de humo para ocultar que Lady Di estaba enamorada, sí, pero no del hijo del millonario dueño de Harrods. Diana de Gales vivio una auténtica historia de amor, un verdadero cuento de princesa cuando ya no lo era. Y lo hizo con un médico inglés de origen pakistaní, interpretado por Naveen Andrews, que, por cierto, nada sabe ni ha querido saber de este filme. Cuando empieza la película piensas en Naomi Watts, luego en Diana, y cuando acaba en este tipo que siempre huyó de la fama, al que ahora todos también nos creemos con el derecho a juzgar.VEREDICTO: Un biopic sorprendente por su trama; en su forma, muy light.
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