Hay una escena en esta nueva, y occidental, aproximación a un clásico básico de la literatura japonesa (Los 47 ronin, llevado a la gran pantalla más de 200 veces) que alcanza un calado épico muchísimo mayor que el de las espectaculares batallas y duelos que jalonan el resto de su generoso metraje. En ella, el personaje encarnado por Keanu Reeves (en una tesitura heroico-trágica bastante notable) intenta entender qué es el honor para alguien que siempre se ha sentido desplazado de cualquier grupo, marginado por esos mismos códigos de casta y sociales que han determinado el conficto en el cual se halla inmerso.
Se trata de un momento refexivo que podría recordarnos al universo cinematográfco de Yoji Yamada (de hecho, en el reparto hay varios de sus actores habituales), pero que en realidad tiene más que ver con alguien, en teoría (que no en la práctica), ajeno al imaginario nipón o al chambara jidaigeki, nombre del género de acción e histórico con samuráis: Sam Fuller. Fuller, que realizó un par de transgénicos thrillers orientales también sobre venganza y honor, el Fuller bélico, es la sombra guerrera del flm de Carl Rinsch. Aquí es donde de verdad gana enteros, más que en su hibridación entre la gesta feudal nipona y la convincente acción convencional al gusto de Hollywood.
Autor: Fausto Fernández (Fotogramas)
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