jueves, 10 de enero de 2013

Crítica de 'Volver a nacer'


La perfección no existe. Conseguir el pleno en una serie tan larga como puede serlo la de cualquier certamen cinematográfico actual es casi imposible, por esto, por muy inspirados que estén los programadores, siempre hay algún infiltrado; algún título que desentona con la buena tónica general. En su 60ª edición, el Festival de Cine de San Sebastián, reivindicó su rol de cita cinéfila ineludible con una Sección Oficial a Competición digna de su ilustre pedigrí. François Ozon, Pablo Berger, Constatin Costa-Gavras, Carlos Sorín... todos ellos cineastas que mostraron lo mejor de sí en sus últimos trabajos. Pero ya se sabe, en toda familia hay alguna oveja negra, e incluso en este Zinemaldia éstas se pudieron encontrar. Con todos ustedes, Sergio Castellitto, un autor que padece el "síndrome Ben Affleck", pero que en su caso se manifiesta al revés. En otras palabras, interesa como actor, y más vale evitarlo como director.


La más reciente prueba de ello, 'Volver a nacer' infumable melodrama permanentemente asentado en la vergüenza ajena y que exige una investigación a fondo de los motivos que llevaron a los responsables del certamen a incluirlo en una Sección Oficial a Competición que mostró un nivel tan alto. Antes de que se viera en la pantalla el primer fotograma, ya se oyó en el patio de butacas aquel "runrun" tan característico de los estadios de fútbol cuando la estrella de turno del equipo local yerra dos o tres jugadas seguidas. Y es que no hay Balón de Oro -o de plata- que salve al ego de la estrellita de la cancha del implacable juicio del público. ¿Por qué esta desconfianza? Simplemente por estar conjurados en dicho proyecto nombres empresariales como Mediaset o Medusa Films.

A refugiarse se ha dicho: la infalible squadra Silvio Berlusconi consiguió colarnos otro de sus productos. Increíble. De nada sirve ahora machacar de nuevo con nuestra manía de tropezar con la misma piedra (o de dejarnos seducir por el diablo), porque ya ha aparecido Penélope Cruz (en lo que es su segunda colaboración con este director, después de la pasable, pero sobrevaloradísima 'No te muevas'). Con la entrada en escena de nuestra actriz más internacional empieza un diálogo entre el presente y el pasado que no tiene otro objetivo que el de desenterrar viejos fantasmas, involucrando, cómo no, los distintos amores de nuestra querida "Pe", quien por mucho que sea lo único rescatable de tal despropósito, tampoco se acaba de entender cómo se ha colado en calidad de nominada en la última gala de los Goya.

Al grano, y a Roma con amor... y a Sarajevo, a pesar de que estalle la guerra de los balcanes. ¿Cómo se co...? No. Es imposible comerlo. De hecho, ni se podría fumar... ni aunque tuviéramos la llama más abrasadora del mundo. Desde los primeros compases, en los que se nos presenta de sopetón la más acaramelada, increíble y sobre todo cansina relación amorosa entre una italiana y un apaleable (en todos los sentidos) yankee que se las da de aventurero bohemio, hasta el desenlace en el que por fin va a descubrirse toda la historia sobre la maternidad de la protagonista (sí, hay que admitir que el asunto tiene morbo, por mucho que a Penélope le haya dado, muy en su derecho, no hablar de su vida personal), Castellito aparece poco delante de la cámara... y se hace notar demasiado detrás de ella.

El resultado es una cinta deficiente en todos los aspectos, terriblemente montada (parece que falten escenas por doquier... gracias a Dios) y es un claro ejemplo del peor cine transalpino de la era de Il Cavaliere, en la que lo ñoño y la caspa han sido los principales motores de una industria fílmica antaño gloriosa y ahora agonizante. Qué triste. O qué divertido, que no todos los días se ve a una legión de críticos salir con lágrimas en los ojos -de la risa, claro- de una sala de cine. En San Sebastián se dio dicho espectáculo. Lo peor: que Castellito tiene la desfachatez de usar en vano el santo nombre de Buster Keaton. Han leído bien. Lo mejor, un diálogo: "¿Sigues escuchando Nirvana?" ; "... Kurt Cobain ha muerto". Y el público, que ya no podía más, se sumó al delirio y estalló en aplausos, mil carcajadas y gritos extasiados de "¡Poeta! ¡Eres un poeta!". Por suerte, aquel año en Donostia nadie superó tanta burrada. Difícil lo tenía, casi imposible.

Autor: Víctor Esquirol Molinas (El Séptimo Arte)

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