viernes, 4 de enero de 2013

Crítica de "La noche más oscura"

La revolución de las (tele)comunicaciones (la enésima; la que nos ha llevado al momento en que esta crítica es leída) ha hecho posible que la información fluya con una facilidad jamás imaginable hasta ahora. No importa dónde, ni cuándo ni cómo se produzca el suceso, pues éste va a quedar inmediatamente registrado en una monstruosa red global de memoria cruel, y que va a dejar -gloriosa o vergonzosa- constancia de él. Alcanzado el mínimo grado de notoriedad (que ahora mismo está precisamente en mínimos históricos), la posteridad está garantizada. Sonará a obvio, pero vivimos en un mundo tan grande, tan superpoblado, y por consiguiente, tan sembrado de conflictos, que a poco que estemos atentos, es tal la cantidad de información con la que se nos bombardea día a día, que queda claro que el adverbio "demasiado" siempre lleva connotaciones negativas.

El exceso lleva a la intoxicación; la intoxicación al olvido y el olvido a la ignorancia (siendo todos éstos atribuibles, claro está al sujeto). Tan irónico como triste. Ni falta hace decir que la cantidad repercute directamente en la calidad. Así pues, ¿con qué nos quedamos y qué descartamos; a quién nos creemos y a quién no, para que al final de la jornada podamos retener al menos una mínima porción de aquello que nos pueda interesar? El ejercicio es complicadísimo, y agota por pura saturación. Más aún en unos tiempos que pisan a fondo el pedal del acelerador, haciendo que todo se suceda a una velocidad vertiginosa. La noticia de ahora se convierte en historia en el trascurso de pocas horas. Prehistórico parece ya el traumático día que marcó el sangriento punto de inflexión que marcaría, a nivel planetario, el rumbo a seguir tanto en lo referente a la esfera política como a la económica. Y así ha ido transcurriendo, "so far", el siglo XXI.

Aparentemente lejano, confuso y lleno de incógnitas que urden una de las mayores teorías de la conspiración más embriagadoramente perversas jamás concebidas, el fatídico 11-S es también el punto de partida del nuevo trabajo de la oscarizada Kathryn Bigelow, quien sigue buceando, después de su celebrada 'En tierra hostil' (como viene siendo habitual, absolutamente nada que ver con el título original, 'The Hurt Locker'), en la última mancha negra de los Estados Unidos en su hoja de servicios en calidad de policía mundial. No hay tiempo para hablar con los heroicos supervivientes de la tragedia, ni para valorar estudios sísmicos o sobre la resistencia del acero de las vigas de las Torres Gemelas, ni para preguntarse donde estaba, por ejemplo, Dick Cheney, ni por acompañar a los mártires del vuelo United 93. Todo aquel caos, destrucción y sufrimiento se nos presenta a través de documentos sonoros, con la pantalla en negro... porque el horror, y es muy importante retenerlo, habla por sí solo.

Empieza 'La noche más oscura' (de nuevo, traducción muy nuestra, pero ahora mínimamente próxima al original 'Zero Dark Thirty'), polémico filme (por su forzado cambio en el planteamiento, por un proceso de filmación en el que quizás se despertaron demasiados sentimientos de odio) con un muy polémico punto de partida: la caza y captura de Osama bin Laden... poco después de un año de su muerte. Cuando el cadáver está todavía caliente... o para ser más exactos, cuando éste todavía debe estar siendo digerido por la fauna del océano. Como es sabido, encontrar al enemigo público número uno del supuesto mundo libre no se redujo a derrumbar una puerta y a coser a balazos a todo ser que osara mover un pelo más allá del umbral. O tal vez sí, pero con este esquema no hay manera de cuadrar diez años en los que desaparecieron incontables millones de dólares y vidas humanas, invertidos en dos guerras que exigían unos resultados que no llegaban.

 Asusta el que tanta muerte y desolación haya sido justificada, a fin de cuentas, y siempre de cara a la galería, con la muerte de un único hombre. Un monstruo que desquició a la primera súper-potencia mundial... desde una ilocalizable y semi-destartalada fortaleza. Son tantas las preguntas incómodas (causadas por supuesto por dudas tan incómodas como razonables) que pueden lanzarse al aire; son tantas las ocasiones en las que uno se siente moralmente obligado a tomar parte en el asunto (ya sea a favor o en contra de los presuntos "good guys"); es tan sumamente baja la atalaya (la altura solo se alcanza con el paso de un tiempo ahora mismo inexistente) desde la cual se narra la acción... que cualquier análisis apriorístico del film se ve obligado a vaticinar que la catástrofe nos aguarda -volviendo al título original- treinta minutos después de la media noche.

Pero resulta que al mando del equipo está una pareja ganadora que hará ya cuatro años le dio a la bochornosa Segunda Guerra del Golfo la gran película -y perdón por la frivolité- que se merecía. Explosiva a la hora de proveer chutes de adrenalina y gélida cuando tocaba hacer un juicio de valores que nunca llegaba, 'En tierra hostil' más que ser una cinta de acción sobre un pobre diablo que no encontraba mejor compañía que la de una bomba a punto de estallar, era el espeluznante testigo del estado anímico de una nación y su autodestructiva adicción que nació el día -muy lejano- en que se dio cuenta de que el traje de la economía de guerra le sentaba bien. Demasiado. En este sentido, cabe analizar 'La noche más oscura' como la continuación lógica a aquel primer y certero disparo. El resultado, de momento, es un díptico con un valor histórico excepcional.

Cámara al hombro nerviosa pero precisa, montaje trepidante, fundamental para entender de dónde sale tanta tensión en el relato, uso escueto pero preciso de la banda sonora, un reparto excepcional con esencia indie (y en el que brilla, una vez más, la fuerza catalizadora de Jessica Chastain)... Se repiten casi todos los ingredientes de la fórmula del éxito, pero ésta se nos presenta en su nueva versión mejorada. El guión de Mark Boal es un tour de force en sí mismo, de una capacidad analítica abrumadora que no hace más que dejar patente el total compromiso a la hora de retratar una realidad terriblemente compleja, pero con un espíritu aterradoramente sencillo. Por su parte, Kathryn Bigelow nos cuenta el "cómo" del "cómo" sumida en una valiente e inteligentísima maniobra de desaparición que en el fondo no hace sino reforzar su figura, imprescindible para que la radiografía de ese circo macabro adquiera sentido.

Atrás queda el placer culpable de la atracción -incluso regocijo- hacia una violencia que por otra parte es totalmente definitoria del escenario; sucede lo mismo con los amagos de antaño de avocarse a posturas demasiado tentadoras de condena o de exaltación. 'La noche más oscura' es el exhaustivo seguimiento, en un marco hiperrealista, de la maratoniana persecución de una sombra. Pero resulta que en esta misión de vital trascendencia para la imagen de los grandes defensores de las libertades y los derechos más sagrados, no hay manera de ver una figura pública reconocible. Nuestros compañeros de viaje son personas alejadas de los radares de la opinión pública. A pesar de estar intoxicados por la información que les da de comer, son híper-efectivos brazos ejecutores que controlan, desde sus sofisticados despachos, el destino de millones de seres humanos. Nunca olvidar que palpita, en lo más hondo de su alma, el corazón de un descerebrado cowboy que pide a gritos objetivos a los que liquidar.

 Son todos ellos parte de un sistema implacable, que hace largo tiempo olvidó voluntariamente unos ideales en los que se sigue amparándo con toda la desfachatez del mundo, y que si acaso se dejan ver ahora tímidamente a través de los rayos de luz que se filtran a través de las persianas de sus oficinas, o a través del reflejo de una orwelliana pantalla de ordenador. Infinitamente más nítida es la visión ofrecida por Bigelow & Boal de la totalmente identitaria belicosidad estadounidense. Muy sabiamente situada por encima del "God Bless America" y del "Shame on us", 'La noche más oscura' está tan exenta de amor como de odio a la patria, y es precisamente esta dificilísima neutralidad en su posicionamiento de observador, la que consigue que el filme entre, junto a trabajos como la magistral 'La red social', en el selecto club de películas capaces de impartir lecciones de historia memorables en cuanto a una claridad que adquiere más valor si cabe, teniendo en cuenta lo prematuro de un parto en el que obviamente no ha habido tiempo para mirar al pasado.

Cogiendo lo mejor de los mejores productos hermanos (las televisivas '24' y 'Homeland', las incursiones en la materia de Paul Greengrass...), Bigelow hace gala de su maduración como cineasta y ejecuta a la perfección todos sus planes. Triunfa con apabullante contundencia sin importar el escenario en el que se encuentre. Sobrevive al envenenamiento informativo y a la trampa mortal del reloj plantando la cámara allá donde más conviene, transmitiendo así al espectador la certeza de que está, en todo momento, donde tiene que estar. Al igual que el informador perfecto, el mismo al que nos creemos tanto en las discusiones típicas de las reuniones de trabajo, como en los brutales interrogatorios de sospechosos, como en una magistral pieza final de acción (escalofriante cumbre en el legado de la inquietante era Call of Duty), el mismo que nos dice que la luz hacia la que debe mirar todo el mundo... se mueve mejor en la anti-épica seguridad que le proporciona la oscuridad. Suena tan real que a nosotros quizás sí nos haga falta más tiempo para entenderlo.

Autor: Víctor Esquirol Molinas (El Séptimo Arte)

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