miércoles, 26 de diciembre de 2012

Crítica de "Paperman" y "Rompe Ralph"

Rompe Ralph, el último largometraje de Disney Animation Studios no es que sea, en opinión de un servidor para tirar cohetes (en particular por culpa de su segundo acto), pero es un ejemplo de la buena influencia que lleva ejerciendo John Lasseter desde que ascendió a presidente de la división. El caso es que está acompañado de, posiblemente, los mejores siete minutos que he visto este año. Se trata de Paperman, un cortometraje de John Kahrs tan absolutamente maravilloso que merece un par de párrafos aparte.

 

PAPERMAN

Paperman es una historia romántica ambientada en los años 40 y rodada mayoritariamente en blanco y negro que combina la animación CGI en 3D, que sirve de base a la pieza, con texturas en dos dimensiones para dar a los protagonistas un aspecto más clásico. Un ejemplo reciente y aproximado es el que vimos en el protagonista de El Gigante de Hierro: animado por ordenador, coloreado en 2D.
George y Meg son los protagonistas de Paperman. Se encuentran brevemente en el andén de una estación de un tren elevado. Entre ellos surge una “conexión” –para más información sobre “conexiones” en este entorno, véase uno de los cortometrajes más míticos del cine español, El Columpio, de Álvaro Fernández Armero–. George se arrepiente al instante de no haber podido conocer a Meg, pero el destino le ofrece una segunda oportunidad cuando la descubre realizando una entrevista de trabajo en el edificio de enfrente. George intenta llamar su atención de la única forma posible: enviando aviones de papel desde su despacho, a través de la calle, a pesar de los cincuenta metros de distancia entre ambos rascacielos.


Lo que me gusta especialmente de Paperman es que aún careciendo de las (ejem, asombrosas) creatividad y capacidad de sorpresa de los mejores cortos de Pixar, no las necesita. Representa un camino alternativo. Lo que le falta en inventiva, lo sustituye por corazón. Es un corto profundamente pastelero, y no se avergüenza en absoluto de serlo. Por ello no pierde eficacia cuando, en su segunda mitad, rompe sus propias reglas y entra en el terreno fantástico. Y desde un punto de vista estilístico, el corto no traiciona su idea fundamental: alimentar una postura conservadora con los últimos avances tecnológicos en un momento en el que Pixar juguetea abiertamente con el vanguardismo (La Luna, Day and Night, Bouncin’). Cuando el corto se mueve en planos fijos, Karhs se deleita con el vértigo de los rascacielos neoyorquinos y de la estética urbana. Los movimientos de cámara, por contra, resaltan el uso del CGI y de las tres dimensiones –el momento en el que George cruza la calle atestada de coches–. Es la misma función que cumple la banda sonora de Christophe Beck, una suave tonadilla acompañada de una base electrónica.

El corazón, al margen de la historia, reside en el extraordinario diseño de los personajes, pura expresividad cortesía de Glen Keane, el veterano artista que con Paperman cierra su etapa en Disney tras casi cuatro décadas al frente del aspecto visual de obras como La Sirenita, La Bella y la Bestia, Aladdin y Enredados. La compañía va a echar de menos los ojos de sus figuras femeninas y el aire taciturno y melancólico de sus personajes masculinos. Los dibujos de Keane sostienen el minuto culminante de la pieza, cuando a Paperman ya da por agotadas ideas y ganchos –no hay un giro final en esta historia– y solo le queda embestir. El resultado es una de las mejores obras que he visto en una pantalla de cine este año y un triunfo espectacular de Disney Animation Studios, que andaba necesitaba de ellos. 

ROMPE RALPH

Es una lástima que Rompe Ralph experimente un bajón tan acusado en torno a la mitad de metraje –cuando básicamente pasa demasiado tiempo en un solo lugar– porque su premisa es fantástica, sus minutos iniciales están a la altura de la misma y no hay un solo minuto en el que dude de que Rich Moore, su director, está enamorado de los píxeles, las cabinets y los salones. Ralph es el villano del videojuego que da nombre al film, una suerte de Mario Bros. clásico en el que noche tras noche destruye un edificio y noche tras noche es derrotado por el adorable Fix-It Felix, quien repara todos los desperfectos y recibe el cariño de los inquilinos. Ralph decide poner en marcha un plan para convertirse en un héroe de videojuego pero inicia sin querer una cadena de acontecimientos que amenaza con destruir todo su universo si no consigue, y pronto, la ayuda de una joven corredora de coches del videojuego Sugar Rush, especialmente destinado para las niñas, target fundamental de la Disney, que aquí también van a tener princesa (lo que, en perspectiva, yendo de videojuegos, era bastante obvio).


El caso es que los videojuegos y Rompe Ralph conectan de dos maneras distintas: la primera, a través de referencias (ilimitadas –solo falta Mario– pero de vida muy corta), la segunda, cuando la película trabaja con los elementos esenciales del medio (como la jugabilidad). Estos momentos son más aislados, pero más profundos y los responsables del film saben cómo jugar con ellos –ojo al mundo del Gears of War, dominado por Jane Lynch, y, en particular, al uso que le da al concepto del “glitch“, imprescindible cuando la historia entra faena–. Encima de todo ello se encuentra la mano de Lasseter y su Plan Perfecto de Desarrollo Dramático, by Pixar, que incluye todos los Greatest Hits de la compañía: “Marginado Adorable”, “Todo lo que puede salir mal sale mal en torno al minuto 65″ y “Megaclímax Ultrasatisfactorio” que han permitido que en los últimos años los films de Disney sean, eso, películas, y no colecciones de gags.

El problema reside en que Rompe Ralph no se desarrolla de una manera tan fluída como cabe pensar en un principio ni todos sus personajes me entraron con la facilidad que lo hacen su protagonista principal y su “enemigo” (en este sentido, las vocalizaciones de Reilly y de McBryer son impecables, en especial la de este último). Ambos problemas coinciden en el momento en el que el film entra en Sugar Rush, un mundo amenazado de por sí, sin que Ralph haya tenido necesariamente que ver –lo que provoca que la trama se desenfoque un poco– y protagonizado por Vanellope Von Schweetz, personaje que me pareció abominable en diseño (es una Bratz), en acústica (la voz de Sarah Silverman es un tenedor rallando un plato), y en intenciones (el sueño de Vanellope es conducir un coche y rara vez le importan los problemas que atraviesan el resto de los protagonistas).

Con todo, el film tira porque una vez que nos presenta todos sus elementos (cosa que tarda, insisto, UN GÜEBO en hacer), aparece de nuevo Fix-it Felix y, más mal que bien, enlaza historias pero oyes, lo hace. Sin embargo, no puedo evitar pensar que todo el lío que el film se monta con Sugar Rush es a) una faceta de la historia impuesta por cojones para que el film alcance a cuanto más público mejor (si Vanellope / Calhoun son la forma en la que Disney entiende a las aficionadas a los juegos, les quedan sopas que comer), abandonando el purismo de sus primeros minutos o b) una decisión esencial impuesta por Lasseter porque es en estos momentos en los que se desarrolla el núcleo de la historia; a lo mejor Lasseter teme que sin esta parte, el film no llegue más allá del guiño a los aficionados. En cualquier caso, váis a ver un corto excepcional y una película maja por el precio de una entrada normal de cine. No nos quejemos, gente, que es NAVIDAD-DAD-DAN.

Autor: Rafa Martín (lashorasperdidas)

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