miércoles, 26 de diciembre de 2012

Crítica de "El Capital"


 A punto de alcanzar la condición de octogenario, Costa-Gavras sigue tan insumiso como siempre. Galardonado en 1983 con dos premios Oscar por Desaparecido, era previsible que el también director de Z, La confesión, Hanna K. y Amén abordara el actual y –para muchos– angustioso panorama económico, centrando el foco en los poderes políticos y financieros. Estos que manipulan a su antojo el dinero ajeno, convirtiendo a los ricos en más ricos y a los pobres en más pobres.

El cineasta grecofrancés adapta la novela de Stéphane Osmont, cuyo título, por supuesto, alude a la obra de Karl Marx. Relata la imparable ascensión de un “sicario del dinero”, que es como lo define Costa-Gavras. A este tipo ciertamente temible, su pillería y un inesperado golpe de suerte le sitúan en la presidencia de una gran entidad bancaria francesa. Es un cínico devorado por una ilimitada ansia de poder. Su desmedida ambición le convierte en un depredador que no repara en medios con tal de aumentar la competitividad de sus trabajadores, anticiparse a los mercados y lograr una expansión sin fronteras.


Las cloacas de la comunidad financiera son recorridas por este abanderado del capitalismo que confiesa “querer el dinero para ser respetado”. En su opinión, “los bancos juegan con tu dinero hasta que se lo quedan”, y en una junta de accionistas afirma: “Seguiré robando a los pobres para dárselo a los ricos. Soy un moderno Robin Hood”. Tres leyes rigen su día a día: dinero, poder y sexo. Exactamente por este orden.

Es un personaje magníficamente recreado por el emergente actor de origen marroquí Gad Elmaleh, visto en La felicidad nunca viene sola o Midnight in Paris. Hay toques de humor sardónico y otros que conectan con el thriller financiero, pero al director nunca se le escapa el filme de las manos. Ni cede a la tentación demagógica que podía irrumpir en este tema, tan recurrente en tiempos donde todo se recorta… excepto las ilimitadas ganancias de quienes juegan con el dinero ajeno. Su película fluctúa entre Karl y Groucho. Los dos Marx, claro.


Autor: Lluís Bonet mojica (La Vanguardia)

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