miércoles, 20 de marzo de 2013
'Amor y letras', aceptar la madurez
Nunca he tenido reparos en afirmarlo, y no voy a empezar a tenerlos ahora: todos tenemos nuestros placeres culpables cuando se trata del séptimo arte. El mío son las comedias románticas. Con una muestra en mi videoteca que alguna que otra vez ha levantado las cejas de mis amigos en señal de sorpresa, este tipo de cine tiene algo que siempre consigue llegarme, da igual lo repetitivas que sean sus fórmulas —que lo son, y hasta qué punto— o lo mucho que uno pueda anticiparse a sus guiones, esa sensación agradable que te queda cuando observa que todavía hay lugar en este mundo para el amor romántico es algo que ningún otro tipo de cine es capaz de transmitir.
Con los incontables ejemplos que desde el cine clásico hay en este agradecido género, resulta no obstante complicado dar con producciones que intenten —y consigan— innovar sobre el saturadísimo tejido de la comedia romántica, saliéndose de los esquemas habituales de chico conoce chica/chico se enamora de chica/chico y chica comienzan una relación/chico y chica tienen una crisis que parece insuperable/chico y chica la superan y viven felices para siempre. ‘Amor y letras‘ (‘Liberal arts’, Josh Radnor, 2012) es de esas.
Dirigida, escrita y protagonizada por Josh Radnor, el Ted de ‘Cómo conocí a vuestra madre‘ (‘How I met your mother’, 2005-2013), ‘Amor y letras’ atesora varias cualidades que hace que se aparte de los modelos tradicionales de comedia romántica para aventurarse en añadir ciertas disquisiciones existenciales y pequeñas tonalidades de drama que complementan a la perfección la historia de un treintañero que, al volver a la universidad donde estudio para el homenaje de despedida a un antiguo profesor, conocerá a una chica de 19 años de la que terminará enamorándose.
Y aunque la historia comience matando “moscas a cañonazos” —el inicio en Nueva York y cómo el artista nos dibuja los inconvenientes de vivir en la Gran Manzana es bastante torpe— poco a poco la cinta adquiere una dimensión más honda, atrapando al espectador en un espléndido discurso acerca de las dificultades que entraña madurar, un discurso que, puesto en boca de tres generaciones diferentes —adolescente, treintañero y jubilado— nos deja los momentos de mayor elocuencia de la cinta, ya en los diálogos, ya en lo que a narración visual se refiere.
Sumándose a ello, encontramos la vertiente puramente romántica del filme, una que también logra escapar a los arquetipos del género por mor de una historia en cuyo tratamiento de personajes se encuentra su más sólida apuesta: con un singular acercamiento al sexo que nada tiene que ver con lo que estamos acostumbrados a observar en el cine norteamericano, las relaciones que se nos van mostrando a lo largo de la cinta no habrían encontrado el mismo calado de no haber sido por el brillante quehacer de sus intérpretes, destacando entre todos ellos, al margen de Radnor —en un personaje que no deja de ser una suerte de versión seria del Ted que lo ha llevado a la fama— una magnífica Elizabeth Olsen que se come la pantalla a cada aparición y un no menos espléndido Richard Jenkins, por más que en el caso de este último no estemos descubriendo nada nuevo.
Es cierto que en muchos momentos la cinta divaga por terrenos algo empantanados —el personaje de Zac Effron, la secuencia acerca del libro— y que la dirección del artista parece estar diciendo constantemente algo así como “eh, que soy una voz diferente, mirad lo que sé hacer con una cámara” sin llegar a conseguirlo en todas las ocasiones que pretende; pero no lo es menos que el metraje atesora momentos de asombrosa poesía —el paseo por Nueva York con las diferentes piezas de música clásica es maravilloso— y que, en su intento por alejarse de los cánones de la comedia romántica, Radnor nos deja un filme más que digno de nuestra atención.
Autor: Sergio Benítez (Blog de cine)
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