Ya lo hemos comentado muchas veces, pero con la desaparición de Harry Potter y Crepúsculo
del panorama cinematográfico se ha abierto una vacante para la aventura
fantástica juvenil. Más bien dos vacantes, una para un cine más
centrado en la propia aventura y el camino del héroe, espacio que ha
ocupado con relativo acierto la saga Los Juegos del Hambre, y
otra donde lo esencial es la historia de amor, de corte más romántico,
que de momento no ha tenido ningún contendiente serio. Cazadores de Sombras viene a ocupar ese espacio a partir de otra saga literaria de bastante éxito y no lo disimula un ápice.
Cazadores de Sombras (libro) se publica, concretamente, dos años después de la primera entrega literaria de Crepúsculo,
ya en plena fiebre vampírica y con la primera película en marcha. No he
leído el libro, pero viendo la película y suponiendo que ésta sea
coherente con el material original, se nota que aquí ha habido una labor
exhaustiva por dar con la fórmula definitiva para el éxito juvenil
uniendo, por un lado, la mencionada Crepúsculo, y por otro, la adorada Star Wars. Y cuando hablo de éxito me refiero, por desgracia, al económico.
La historia gira en torno a una chica que, ya cercana a la mayoría de
edad, comienza a visualizar un extraño símbolo y a dibujarlo
constantemente, un símbolo que no es sino el primer síntoma de que ella
es sensible a un mundo sobrenatural oculto a ojos nuestros, vulgares
mortales (a los que se da otra denominación étnica despectiva a lo Harry
Potter). Que ella revele esa sensibilidad desata el interés de de un
grupo de cazadores de sombras (sobre todo de uno de ellos), herederos de
un linaje destinado a mantener un equilibrio entre las fuerzas del bien
y del mal. El amor surgirá entre la intrépida muchacha y el famélico y
andrógino guerrero. Sin querer destripar la trama en exceso, digamos que
se mantiene el tono romántico lleno de criaturas mitológicas al estilo
Stephenie Meyer (vampiros y hombres lobo están presentes) y que poco a
poco va incluyendo un cantosísimo desarrollo de los acontecimientos
calcado a la principal trama de Star Wars.
Esto no tiene
por qué ser malo si se hace bien. Hoy día no hay narración que no esté
influenciada o conscientemente inspirada en otra anterior o en ciertos
arquetipos universales. Pero los referentes hay que manejarlos con
cierto cuidado, buen gusto y, por qué no decirlo, respeto. Aquí, esa
nada velada referencia al universo de George Lucas es excesivamente
obvia, tanto en el conflicto principal como en la forma de revelarlo.
Una falta de cuidado debida, quizás, al hecho de que el público al que
va dirigida la película ya tenga Star Wars como una cosa “de
viejos” que ni siquiera han visto. Es algo que pasa en todas las
generaciones pero, como digo, inspirarse o incluso copiar también
requiere de buen gusto y esfuerzo. Aquí hay momentos donde ambos
aspectos escasean de forma alarmante.
Pero ese acomodo creativo no
afecta sólo al calco, sino que se nota también en la dejadez a la hora
de construir ciertas escenas. No descubro nada si digo que en esta peli
hay beso. El beso. Pero esa escena, que debería ser romántica,
espectacular y, por qué no, erótica, está tan llena de clichés ñoños que
acaba pareciendo una parodia. Ahí va: Mientras bajan una escalera de
caracol de hierro forjado en un jardín espectacular se da un “que te
beso, pero me contengo, pero ahora te como la boca hasta relamer tus
paluegos más profundos” muy lamentable, seguido de ojitos de cordero
apasionado, flores mágicas que se abren justo en ese momento y riego
artificial que empapa a los amantes mientras hacen “jijiji” “jojojo”
(metáfora de “la tengo gorda como el muslo de un chiquillo”). Todo ello
culminado con la balada rockera emo más chunga disponible. En serio,
había risas en la sala.
Sin ser tan descarado otras muchas escenas recurren a lo fácil,
muchos momentos se resuelven por oportunas casualidades y determinados
momentos inquietantes son obviados por los personajes por motivos que
sólo Dios sabe (cierta mordedura de vampiro que aparece por ahí).
Y
debo decir que es una pena porque el arranque de la película, aunque no
sea muy novedoso, al menos es digno y eficaz. La presentación de los
personajes no está mal, especialmente una protagonista cuyo tratamiento
huye bastante del estereotipo de heroína blandengue visto tanto en la
saga Crepúsculo como en The Host. Lo que mueve a la
protagonista no es el amor por un hombre, sin que tampoco haya necesidad
de obviarlo. Pero cuando llegamos al antagonista y los secundarios, y
eso que en la película se han esforzado por escoger un muy digno casting
(Jonathan Rhys Meyers, Lena Headey o Jared Harris están en el reparto),
vuelve la flojera.
La sensación es la de otra oportunidad perdida
de hacer del cine fantástico y de corte romántico algo digno y
reivindicable, que no parezca siempre un producto prefabricado para
adolescentes poco exigentes. Quizás se puede decir que no es víctima de
desarrollos delirantes como si pasaba en Crepúsculo (si bien
ese era un aliciente para que los abochornados la disfrutasen como
comedia involuntaria, que no es poco), pero hay que reconocer, después
de tanto mencionarla, que carece de la personalidad de ésta porque,
delirante o no, Crepúsculo ha sido el referente y las demás las
imitadoras. Stephenie Meyer, quizás como Michael Bay, ha conseguido
hacer llegar la autoría al terreno de lo hortera, hacer identificable su
sello personal en un contexto de literatura y cine aparentemente
prefabricados y de consumo descerebrado. Ahí queda eso.
Autor: Javier Ruiz de Arcuate (lashorasperdidas)
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