jueves, 18 de julio de 2013

Crítica de "El hombre de acero"


El eslogan publicitario del ambicioso, Sólido y contundente Superman (1978) de Richard Donner —“Usted creerá que un hombre puede volar”— apuntaba a la distancia existente entre dos lenguajes que usaban estrategias diversas para convocar el sentido de la maravilla: la historieta, el cine de los pobres, solo necesitaba del trazo dinámico y un buen sentido de la composición (de página) para plasmar lo imposible, mientras que el cine no tenía otro remedio que hacer evolucionar la poética de Méliès frente a la cada vez más acusada incredulidad de un público dispuesto a señalar el truco.

Muchos años más tarde, algunas de las escenas protagonizadas por Mystique en X-Men (2000) de Bryan Singer lanzaban un estimulante mensaje al aficionado al género: la revolución digital empezaba a convertir la pantalla cinematográfica en algo tan flexible, dinámico e imprevisible como la mejor página de tebeo de superhéroes. El elaborado plano secuencia en forma de splash page que aparecía en el clímax final de Los Vengadores (2012) y todo el último tramo de El hombre de acero, aparatosa refundación de la saga Superman, revelan que el juego de hipérboles propio de la estética súper heroica ya no tiene techo visible: cualquier imagen, cualquier movimiento puede ser amplificado en una orgía tridimensional de caos y destrucción. Lo interesante es descubrir que eso ya no es suficiente, por lo menos en el caso que ocupa esta crítica.

Con un equipo de profesionales que ya parece postularse como presunta Liga de Superhéroes en sí misma —Nolan, el Señor de lo Grave; David S. Goyer, el Connoisseur Instalado y Snyder, el Estilista Furioso—, El hombre de acero hibrida los dos primeros títulos de la saga cinematográfica abierta por Richard Donner y deconstruída, por la vía del espíritu lúdico, por Richard Lester, para proponer una suerte de Evangelio de Hierro, con sus más y, sobre todo, sus menos.

La película peca de grandilocuente, embarulla innecesariamente el relato de la iniciación y primeras experiencias terrícolas de Clark Kent y vacía de todo poder de seducción a personajes tan emblemáticos como Lois Lane, pero, también, propone una imaginativa concepción de Kripton que oscila entre la estética biomecánica de Giger y el rococó galáctico del Dune (1984) de David Lynch y muestra a un Snyder empeñado en ir más allá de sus inercias de estilo: su cámara se mueve nerviosa, reencuadrando focos de atención como el ojo de un corresponsal de guerra en el corazón mismo del Apocalipsis

Henry Cavill, rodeado de figuras tan desubicadas como Marlon Brando en el primer Superman o Max Von Sydow en Flash Gordon (1980), consigue ser un Mesías empático forrado de masa muscular, pero no tiene la ductilidad, ni el sentido del humor, del muy añorado Christopher Reeve.

Autor: Jordi Costa (Diario El País)



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