miércoles, 17 de julio de 2013

Crítica de "Antes del anochecer"


La atracción física unió sus miradas en un tren y el atrevimiento juvenil hizo el resto: Antes del amanecer. La intencionalidad disfrazada de casualidad, quizá el destino, provocó una segunda tentativa: Antes del atardecer. Y tras otra década, Celine y Jesse siguen ahí; aún se miran y se hablan, pero ahora, al fin, son pareja, y ya no caben el romanticismo ni el idealismo, solo la constancia: Antes del anochecer.

Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy siguen conformando uno de los proyectos cinematográficos más apasionantes de la historia. La simbiosis amorosa no existe. ¿O sí? En esta tercera entrega, Grecia ejerce de escenario no por casualidad. El ágora como símbolo cinematográfico, como esencia de un tipo de narración: la palabra, el análisis, la mente abierta, la calma, el nervio. A quien no le gusten las películas de texto que salga corriendo. Hay apenas una decena de secuencias y únicamente se habla, mientras el abanico se abre hasta el infinito: la conciliación entre trabajo y familia, entre el trabajo de tu vida y el hijo de tu vida, el territorio de uno y el de la otra; la necesidad del compromiso y la evolución del amor, que deriva hacia otra cosa, o hacia la misma con otro traje; las lecciones paterno-filiales; el valor que se da a los recuerdos y a los hábitos, para algunos, la salvación, para otros, la perdición, y el que se da a la inmediatez, a lo efímero, a la improvisación; las ambiciones, la arrogancia, conocerse a uno mismo, la paz; también las risas, por supuesto; y, por fin, la impagable visión del anciano sabio: “La abuela era muy racionalista. Se ocupaba de sí misma, esperaba que yo hiciera lo mismo, y nos encontrábamos en el medio”.

Y los temas, que no son pocos, brotan con naturalidad, sin que se noten los giros, sin que haya sensación de lista de la compra de la existencia, sin que se advierta la técnica. Y eso delata a un autor de los grandes. Porque lo profundo puede ser aún más divertido que lo banal. Y así surge el perfecto equilibrio entre la elevada trascendencia y la cotidiana normalidad, entre drama y comedia, como unos amigos que toman cañas al sol, hablando de la condición humana, entre risas, con los críos a unos metros, jugando a romperse la cabeza subiéndose donde no deben. ¿Acaso no era eso la vida?

Autor: Javier Ocaña (Diario El País)

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