miércoles, 3 de julio de 2013
Crítica de "After Earth"
Los padres se preocupan por sus hijos, quieren lo mejor para ellos y, cuando está en su mano, hasta les dan un empujoncito para que logren las mejores metas posibles en su vida personal y profesional, no sin que haya cierto esfuerzo, sacrificio y exigencia de por medio. Esto es lo que hay delante y detrás de las cámaras de una película como After Earth. Will Smith, ejerciendo de superpadrazo, está construyéndole a su hijo Jaden una carrera cinematográfica que sería el sueño de cualquier aspirante a actor. El niño lleva ya unas cuantas películas a sus espaldas: En Busca de la Felicidad, Karate Kid y ahora esta After Earth cuyo argumento ha sido idea del propio Will Smith. Un argumento que va precisamente de eso, de un padre puntero en su trabajo que espera de su hijo exactamente lo mismo o incluso un poco más.
After Earth nos ubica en un futuro en el que la humanidad ha tenido que evacuar la tierra y asentarse en otro planeta porque éste ya nos lo habíamos cargado. Un planeta que, sin embargo, ya estaba habitado por una raza autóctona que, ante la invasión humana, crea unas criaturas diseñadas genéticamente para captar las feromonas que segregamos cuando sentimos miedo. Will Smith da vida a un lider ejemplar dentro de un cuerpo especial preparado para, precisamente, bloquear el miedo y así hacerse invisibles a sus cazadores. Ese es el contexto, la historia real es la que nos cuenta una relación padre-hijo bloqueada por la exigencia y las expectativas y que, tratando de unir lazos, acabará con un viaje accidentado que naufraga, precisamente, en la Tierra. Sin más supervivientes que padre e hijo, y con la posible amenaza de una de esas criaturas cazahumanos que transportaban como carga, ambos se verán obligados a dar un paso en firme en su relación. El hijo deberá madurar para salvarse a sí mismo y a su padre malherido. Un paso de testigo en las responsabilidades que también se ha plasmado en todo lo que ha rodeado la película, con el padre como mentor y el hijo encabezando el cartel y los créditos de la película.
Para contar esto Smith ha confiado en el otrora admirado M. Night Shyamalan, un director que lleva años sosteniéndose de puntillas en su inestable suelo profesional. Los fracasos en taquilla primero y de crítica después, han convertido al exitoso director de El Sexto Sentido en una especie de apestado. Un descenso a los infiernos debido a varias cosas. Primero a que, en el fondo, siempre fue un autor muy personal en el seno de una industria extremadamente uniforme y poco amiga de las disidencias. Segundo, a que muchos de sus proyectos se vendían como otro tipo de película, y muchos espectadores se sentían defraudados al encontrarse una historia de personajes en lo que creían que sería el thriller sobrenatural del año. Tercero, y quizás más importante, a que tanto los estudios como el propio director han aceptado atenuar su sello y sus puntos fuertes pensando que ese era el camino de vuelta al éxito. Pero la cabra tira al monte y Shyamalan al final siempre deja algunas pinceladas de sus temas y estilo en su cine.
Como en casi todas sus películas, After Earth vuelve a ser una historia de alguien que no encuentra su sitio, en este caso el personaje de Jaden Smith, enfrentado a una situación inusual que le pondrá a prueba y le permitirá encontrar esa función en la vida para la que estaba destinado. Pero en After Earth, sin embargo, no hay margen para detalles o sorpresas. Es una película que no va más allá de su planteamiento inicial, el de el hijo que debe demostrar a su padre que es capaz de cumplir sus expectativas, y todos los elementos están construidos de forma que el recorrido hasta ese objetivo sea lo más lineal posible. El clásico esquema de superación de fases, pero sin nada que lo disimule un poco. La escasez de elementos con los que juega la historia limitan mucho su desarrollo y las herramientas con las que cuenta el protagonista son tan escasas que sabemos que los problemas vendrán, precisamente, cuando alguna de estas se rompa, se pierda, etc. Así hasta ese duelo final en el que las capacidades del héroe se pongan a prueba y demuestre (o no) si tiene lo que hay que tener. Es una estructura de guión de lo más básica que uno se pueda echar a la cara y con a penas dos actores, un bicho y un planeta hostil es el ejemplo perfecto de película previsible.
No es que las historias previas del director sean excesivamente complejas, pero eran mucho más ricas en personajes, detalles y simbolismos, y las piezas del rompecabezas encajaban siempre al final de forma lógica, pero sin que el comienzo de la historia adelantase los acontecimientos hasta el punto de anular cualquier capacidad de sorprender al espectador. Una cosa es que las piezas encajen, y otra que ya las pongamos todas en su sitio desde que comienza la película. Y ya no me refiero a giros de guión sorprendentes, porque seguramente esta película no los requiera, sino a encontrar ideas ricas a distintos niveles, objetivos de diferente importancia, que quizás lograr un objetivo suponga un sacrificio importante, que llegar a un punto determinado implique un cambio emocional. La Joven del Agua era la más arriesgada a la hora de anular la capacidad de sorprender, en el sentido de que el cuento que los protagonistas seguían como guía, adelantaba en gran medida cuándo y qué iba a pasar. Pero incluso en ese título había otra cosa que aquí se echa profundamente en falta, que no tiene ya que ver con estructuras y lógicas, y que era lo que hace realmente grande a Shyamalan cuando está en su salsa: la capacidad de emocionar.
Dentro de ciertos altibajos, lo mejor de la carrera de Shyamalan, más allá de que sea un narrador visual brillante (cosa que aquí también se echa en falta), es que en sus cinco mejores títulos (El Sexto Sentido, El Protegido, Señales, El Bosque, La Joven del Agua) la emoción está siempre a flor de piel. Los personajes son personas heridas, con una tristeza que trasciende la pantalla y que sólo hallará consuelo a través de superar aquello que más temen y encontrando, por fin, su destino. En After Earth esa idea sigue ahí, pero no funciona. Los personajes de Will y Jaden Smith no ayudan nada. Ambos son muy esquemáticos. El primero porque es un leño, un tipo encorsetado y extremadamente serio, algo que Will Smith nunca termina de transmitir como actor. El segundo, el de Jaden, porque pese a ser el protagonista, sólo sabemos de él que quiere sentir la aprobación de su padre. Y ya. Hay un flashback de un trauma pasado, metido con calzador, que se nota que está para que ese reto final tenga mayor peso. En una película con un trazo tan grueso y esquemático cada elemento se nota que tiene una función exageradamente obvia. El propio Jaden, que dista mucho de ser un actorazo, tampoco ayuda nada y lleva un peso en la película que es incapaz de levantar. Se crea así una distancia emocional difícilmente salvable para una película que es poco menos que un regalo de su padre a su hijo.
No me atrevería a decir que es un mal guión o una mala película porque, honestamente, no encuentro problemas importantes de coherencia, de puesta en escena o escenas absurdas que vayan a la contra (únicamente me chirriaron el diseño interior de la nave que, queriendo darle cierto rollo orgánico, parecía más un salón de masajes minimalista, y dos breves momentos, pelín manidos y ridículos, de esforzado saludo militar por un herido en combate). Es, eso sí, una película fallida, una película que no emociona cuando, viendo el tono y el argumento, ese debería haber sido su principal logro. No sé si la culpa es de un Shyamalan desacertado o de un Will Smith controlando en exceso todo lo que rodea la película, desde el guión hasta la promoción. La cosa es que una idea sencilla no debería confundirse nunca con una idea simple, aunque suene parecido, porque entonces el resultado es una película desnuda, un esqueleto al que le faltan músculos y sobre todo sangre en las venas.
Autor: Javier Ruiz de Arcuate (lashorasperdidas)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario