sábado, 19 de enero de 2013

'Lincoln': A prueba de jubilaciones


Cuando se le escucha a Tarantino, el hoy rival de Spielberg en la cartelera española, siempre se le oye decir que a él le gustaría retirarse a una edad oportuna y tras un número razonable de películas... pero de verdad de la buena, no a la francesa como Luc Besson. También se le oye decir, a raíz del suicidio del no menos grande Tony Scott, que uno de los muchos motivos por los que le respetaba, aparte de por ser el primer nombre que confió en él, era porque daba la sensación de que le quedaba alguna gran película por hacer, de que se mantenía viva la llama de que por delante aún le quedaba de ese cine que merece realmente la pena. Si bien esto ya nunca lo sabremos por desgracia para todos los que nos inyectábamos sus filmes directamente en vena, la misma sensación es la que en teoría mantendrá viva la carrera de Tarantino quien, con cierta lógica condescendiente, dice que rechazará pasearse como alma en pena como esos directores, sirvan de ejemplo Francis Ford Coppola o Darío Argento, que viven de unos méritos tal vez incontestables pero que tuvieron lugar hace ya mucho tiempo, demasiado. ¿Y por qué hablo de Tarantino... en vez de Spielberg? Para introducir un concepto: Tarantino habla de retirarse, Spielberg no. Y la prueba de ello es 'Lincoln'.

Tengo 33 años recién cumplidos, y 42 son los que han pasado desde que Spielberg dirigiera lo que parecía ser un simple telefilme llamado 'El diablo sobre ruedas'. Una producción cuyos méritos le hicieron digno de aún siendo un producto hecho para televisión -y recuerden lo que solemos pensar al escuchar eso- dar el salto de la pequeña a la gran pantalla en medio mundo... sin ir más lejos en España, y sin que muchos se dieran cuenta de un truco que no tenía por qué serlo. No vamos a descubrir ahora quien es Spielberg, todo aquel que merece algo de respeto sabe quien es y ha visto alguna vez alguna de sus películas las cuales, en muchas casos, forman parte intrínseca de nuestras vidas. Y después de 42 años ejerciendo como cineasta, los mismos que han pasado desde que Coppola dirigiese 'El padrino', Spielberg sigue estando ahí, al pie del cañon como el primer día y sin un desgaste de su genio y ambiciones creativas convirtiendo cada película en eso mismo, en una película y no en un eco del pasado aunque, argumentalmente, 'Lincoln' sea eso mismo, un eco del pasado que sin embargo nos sirve en bandeja de plata una excelsa, impoluta e imperecedera lectura del mundo de la política de rabiosa actualidad, y con ello del propio mundo en el que vivimos, adoptando para ello las suaves y delicadas maneras de un thriller de suspense, como si la densidad fuera sólo una ilusión, y dando sentido a aquel dicho que decía que la pluma es más fuerte que la espada. O como convertir un entrecot en un aperitivo apto incluso para espectadores a régimen.

Este 'Lincoln' se ha hecho esperar muchos años, tantos o más como también se hizo esperar 'La lista de Schindler', la para muchos su mejor película y la cual yo aún sigo esperando pues no he tenido el placer de ver... porque me niego, que soy cabezón y encima aragonés, a descubrirla en la pequeñez de cualquier aparato doméstico y más después de haber tenido el honor de haber disfrutado, en presencia de mis babas incluidas en el precio de la entrada, de reposiciones a lo grande de 'Tiburón' o 'E.T.'... y si me viesen ahora, rememorando aquellas experiencias, verían los pelos de mis brazos (y de lo que no son mis brazos) de punta. Al igual que en aquel entonces, al igual que con el filme protagonizado por Liam Neeson, la espera no ha sido en valde y a merecido la pena porque Spielberg, y esta sí he tenido la oportunidad de verla como Dios manda en su momento y a la primera, nos regala una de sus películas más completas y robustas en 42 años de brillante carrera, si bien y a diferencia de otros de sus otros grandes filmes este puede tardar más en mostrar su grandeza al no ser tan innata e intuitiva como la que habita bajo el sombrero de por ejemplo Indiana Jones... la trilogía, punto. Porque este Spielberg, genio y figura como Lincoln hasta la sepultura, es el mismo de filmes como 'El color púrpura', 'El imperio del Sol' o 'Munich', el que aparca el gran espectáculo para centrarse en las personas que habitan dentro de ese gran espectáculo, el que se despoja de su ego para narrar sin excesos ya sean visuales, emocionales o de la tan temida índole patriótica tan afín a este tipo de filmes, sin caer además en los errores de 'Always' o 'Amistad', las excepciones que vienen a confirmar la regla de un director que rara vez ofrece algo carente de interés.

Con 'Lincoln' Spielberg, confirmando su buen momento tras otras dos imprescindibles como 'War Horse (Caballo de batalla)' y 'Las aventuras de Tintín', vuelve a demostrar que no sólo es un muy buen director que sabe rodearse de excelentes colaboradores, ya se llamen John Williams, Michael Kahn o Daniel Day Lewis (quienes cumplen con la maestría que de ellos se espera), sino que además es un director muy inteligente capaz de interpretar perfectamente el material que tiene entre manos. En ese sentido y sin dejar de ser un filme en el que se reconoce continuamente la mano de Spielberg, para la ocasión el cineasta de 66 años -que de ser Tarantino ya se habría retirado- se rinde al filme en vez de rendir el filme a sus pies, reduciendo a lo mínimo imprescindible sus artimañas como realizador para dejar que las palabras de Tony Kushner cobren vida a través de un no menos excelente plantel de actores repleto de caras conocidas, aunque sean de presencia tan anecdótica como las de Dane DeHaan o Lukas Haas. La grandeza de 'Lincoln', personaje al que igualmente rinde a los pies de un filme que tampoco deja de ser un retrato fascinante de su persona, reside en la servidumbre que Spielberg demuestra ante la obra y el público para, con sencillez, pulcritud y humildad, e incluso discreción y mucha capacidad de síntesis aún a pesar de dos horas y media de un metraje que se pasan en el mismo suspiro de cuando uno encadenada episodio tras episodio de su serie favorita, ejercer de aquello por lo que en teoría cobra un director, de narrador, de intermediario, de cronista, dejando el brillo en manos de los puntuales excesos de la fotografía de Janusz Kaminski o arrinconándolo en su epílogo, prácticamente la única concesión a la emotividad que pueda servir, no obstante, de tributo a una de las grandes figuras de la cultura norteamericana, tampoco lo olvidemos.

Igual que se dice que los ojos de una persona son el reflejo del alma el cartel de una película debería de ser el reflejo de una película. Miren con atención el cartel de 'Lincoln': sobrio, sencillo, diáfano, pulcro, elegante... con ese Lincoln con mayúsculas QUE ES Daniel Day-Lewis de perfil y en blanco y negro, detalles más que importantes que en parte le dotan de esa belleza. Y así es 'Lincoln', un filme que convierte las palabras en cine y el cine en toda una lección. Quien lea estas líneas puede entender que hay cierto resquemor hacia la figura de su hoy rival Tarantino, y lo cierto es que no es mi intención si bien tras sus tres primeras películas, y aun siendo su cine tan particular como necesario, creo que se ha convertido en un niño mimado jugando a ser cineasta que necesita de un papa/productor que le reconduzca hacia la maestría demostrada en 'Pulp Fiction', de ahí los excesos de por otro lado, lo dicho, sus más que divertidas y suficientemente satisfactorias películas. Quien avisa no es traidor y si tiene su legión de fans por algo es... de la misma manera que por algo Spielberg, el cineasta, lleva 42 años ejerciendo como el verdadero Rey del Mundo por mucho que le pueda doler al orgullo de James Cameron. Y 'Lincoln' confirma que aún nos queda mucho Spielberg por delante, de que es de los que morirán con las botas puestas como Lincoln y por suerte especialmente para quien guste de su cine, he aquí que me declaro culpable, y a quien baste decir "es una película de Spielberg" para saber que tiene una cita ineludible, una cita con el cine y en mayúsculas. Cada uno tiene sus vicios, a cada cual con ellos, pero es que algunos son maravillosos.

Autor: Juan Pairet Iglesias (El Séptimo Arte)

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