La película más accesible de Michael Haneke termina siendo la más peligrosa. Amor
es un excelente film de terror romántico cuyo objetivo es provocar un
efecto contradictorio en el espectador: amar a los personajes a través
de sus penurias. Cada momento de candor que percibí de esta película
emergió de mi imaginación y de mi experiencia personal a través de los
personajes del film, todos y cada uno guiados por el miedo como motor de
todas sus decisiones. Miedo a morir, miedo a perder, miedo a aceptar. Y
les queremos por ello. Todos hemos estado (o estaremos) en su lugar. De
por sí, se trata del rito de crecimiento más duro que experimenta el
ser humano. Ahora, mezclad todos estos ingredientes y ponedlos en manos
de uno de los mejores directores de cine del mundo, un hombre que obliga
al espectador a fijar la atención en los aspectos más minúsculos
mientras maximiza el impacto de cada elemento. En un film del director
austríaco, la total atención es recompensada con una experiencia
absorbente e impactante. Pero nunca antes lo había hecho con un fondo
tan emotivo: hasta ahora, su director no quería que sintieras algo por
los personajes. Quería que les entendieras. Hasta ahora. Aquí, Haneke te
pide que les ames. En Amor, Haneke te pega porque te quiere, y eso vuelve todo muchísimo peor.
George y Anne son dos ancianos ex profesores de música y padres de
una hija, Eva. Anne sufre un ataque que la deja incapacitada. La
degeneración es progresiva. George asume personalmente la tarea de
cuidar a su mujer en sus últimos meses en el interior de su apartamento,
racionalizando excusas para impedir que Eva envíe a su madre a una
clínica. Porque Anne es su esposa y él se convierte en su protector, su
animador y su custodio, y no hay forma de explicar esta sensación a la
joven, o a cualquiera que pasa por su casa para expresar sus simpatías.
George vive en otro plano de realidad, intentando mantener ciertas
costumbres a la espera del proximo grito de dolor, del próximo ataque o
del último suspiro.
Haneke nos explica el mundo de George a la manera de un film de
terror clásico, en el que la cámara sigue a nuestro protagonista e
ignora el terrible acontecimiento que sucede fuera de plano, dejando que
el espectador se imagine lo que sucede. El primer ataque de Anne, al
inicio del film, es un ejemplo claro: la mujer se queda catatónica en
mitad de una conversación en la cocina, mientras corre el agua del
grifo. George, asustado, se dispone a pedir ayuda. Le seguimos a su
habitación, el grifo deja de sonar. A su regreso a la cocina, Anne está
bien y no parece recordar el incidente. No hemos podido ver cómo ha
despertado de su estupor y ha cerrado el agua. Nos la hemos imaginado
sola con la mirada perdida durante dos agonizantes minutos. El uso del
espacio fuera del plano es una de las grandes constantes del director en
particular, y del género del terror en general, y se repetirá en más de
una ocasión a lo largo del film.
No obstante, el director austríaco maneja con comodidad diversos
recursos que no se limitan a la elipsis. Más bien al contrario: el
impacto puro y duro, en forma de planos estáticos que describen los
cuidados que se le proporcionan a la mujer, en los que Riva se desnuda
emocional y físicamente. Impecablemente compuestos y nunca demasiado
cerrados sobre el personaje. Se trata, en la medida de lo posible, de
escenas íntimas, pero fundamentalmente descriptivas. Se puede argumentar
que demasiado abundantes –no es que haya muchas, aunque en este tipo de
casos me basta con una– pero se puede contestar que Amor es un film de
terror y el terror aprovecha cada oportunidad para provocarnos una
respuesta emocional, sugerida o explícita. Visualmente, y en resumidas
cuentas, Amor es extremadamente versátil. Se puede apreciar también en
la fotografía de Khondji, tan natural en los tonos fríos de los pasillos
vacíos como en las cálidas escenas de dormitorio entre nuestros dos
protagonistas.
Llegados a Trintignant y a Riva, la temporada de premios en la que
estamos inmersos nos sirve por lo menos para examinar desde cierto
ángulo el impacto de sus interpretaciones: cinco nominaciones de ella
por cada una de él, a ojo de buen cubero, con lo que se puede decir que
el actor galo ha sido bastante ignorado. Pues bien: criminal. Repito:
criminal. A la hora de elevar el film por encima del dramón, Haneke
cumple con su parte cambiando el género de la película, pero quien
realmente proporciona toda la carga de profundidad es el señor
Trintiñán, quien enmascara todo el pánico, la rabia, la incertidumbre y
el dolor de su personaje bajo una máscara de racionalidad… y de odio. Es
un viejo cabrón. ¿Por qué? Porque NO ACEPTA LA SITUACIÓN. Existe el
viejo cliché del anciano que aguarda en paz sus últimos días pero A
TOMAR POR CULO: George quiere a su mujer y no quiere que se muera y le
jode aún más que ella lo tenga más asumido que él. Odia ver fotos
antiguas con su esposa, odia recordar tiempos mejores y no le gusta
matar ni a las palomas –el único simbolismo del film, y cuando lo
pilléis os va a destrozar–. George es humillado y es condescendido.
Nadie sabe el terrible esfuerzo que le supone representar cierto nivel
de cordura. La clave de la interpretación del actor francés es, en línea
con el film, que solo adivinamos lo que pasa por su cabeza, y es
gracias a su actuación milimétrica que podemos hacerlo. Riva esta muy
bien, delicada, serena, y valiente, en perfecto contrapunto. Y ambos
están bebiendo de fuentes a las que no me quiero ni acercar. Seamos
sinceros: ninguno de estos dos actores seguirá vivo dentro de diez años,
a saber desde dónde están construyendo los personajes. Richard
Farnsworth completó Una Historia Verdadera, descubrió que tenía cáncer y se voló la cabeza de un escopetazo. Repito: no quiero saberlo.
Amor no es un film delicado. No es un film constantemente “sutil” –lo
es, hasta que deja de serlo, por motivos que considero de peso y
justificados–. Provoca dolor, emocional e intelectual. Vemos dolor y nos
lo imaginamos. Es la carta de presentación al mundo de Haneke (fotos
con Brett Ratner, ese rollo) y en cierto modo se cumple el “Quien mucho
abarca…”: en comparación con la minuciosa, compleja, incremental
exploración del incio de la violencia que es la monumental La Cinta Blanca, Amor
es una patada en el estómago y, en el contexto de la carrera de su
realizador, parece incluso “fácil”. En realidad, lo que sucede es que es
la primera de sus películas con un mensaje eminentemente positivo y
misericordioso. Interesante adjetivo, este último: quien descubra a
partir de este film el resto de la filmografía de su director terminará
apreciando grandes gestos de piedad en Amor, de valor incalculable, y procedentes de un director para el que creía que la clemencia no tenía cabida.
Autor: Rafa Martín (lashorasperdidas)
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