martes, 15 de enero de 2013

Crítica de "Amor"

La película más accesible de Michael Haneke termina siendo la más peligrosa. Amor es un excelente film de terror romántico cuyo objetivo es provocar un efecto contradictorio en el espectador: amar a los personajes a través de sus penurias. Cada momento de candor que percibí de esta película emergió de mi imaginación y de mi experiencia personal a través de los personajes del film, todos y cada uno guiados por el miedo como motor de todas sus decisiones. Miedo a morir, miedo a perder, miedo a aceptar. Y les queremos por ello. Todos hemos estado (o estaremos) en su lugar. De por sí, se trata del rito de crecimiento más duro que experimenta el ser humano. Ahora, mezclad todos estos ingredientes y ponedlos en manos de uno de los mejores directores de cine del mundo, un hombre que obliga al espectador a fijar la atención en los aspectos más minúsculos mientras maximiza el impacto de cada elemento. En un film del director austríaco, la total atención es recompensada con una experiencia absorbente e impactante. Pero nunca antes lo había hecho con un fondo tan emotivo: hasta ahora, su director no quería que sintieras algo por los personajes. Quería que les entendieras. Hasta ahora. Aquí, Haneke te pide que les ames. En Amor, Haneke te pega porque te quiere, y eso vuelve todo muchísimo peor.


George y Anne son dos ancianos ex profesores de música y padres de una hija, Eva. Anne sufre un ataque que la deja incapacitada. La degeneración es progresiva. George asume personalmente la tarea de cuidar a su mujer en sus últimos meses en el interior de su apartamento, racionalizando excusas para impedir que Eva envíe a su madre a una clínica. Porque Anne es su esposa y él se convierte en su protector, su animador y su custodio, y no hay forma de explicar esta sensación a la joven, o a cualquiera que pasa por su casa para expresar sus simpatías. George vive en otro plano de realidad, intentando mantener ciertas costumbres a la espera del proximo grito de dolor, del próximo ataque o del último suspiro.

Haneke nos explica el mundo de George a la manera de un film de terror clásico, en el que la cámara sigue a nuestro protagonista e ignora el terrible acontecimiento que sucede fuera de plano, dejando que el espectador se imagine lo que sucede. El primer ataque de Anne, al inicio del film, es un ejemplo claro: la mujer se queda catatónica en mitad de una conversación en la cocina, mientras corre el agua del grifo. George, asustado, se dispone a pedir ayuda. Le seguimos a su habitación, el grifo deja de sonar. A su regreso a la cocina, Anne está bien y no parece recordar el incidente. No hemos podido ver cómo ha despertado de su estupor y ha cerrado el agua. Nos la hemos imaginado sola con la mirada perdida durante dos agonizantes minutos. El uso del espacio fuera del plano es una de las grandes constantes del director en particular, y del género del terror en general, y se repetirá en más de una ocasión a lo largo del film.

No obstante, el director austríaco maneja con comodidad diversos recursos que no se limitan a la elipsis. Más bien al contrario: el impacto puro y duro, en forma de planos estáticos que describen los cuidados que se le proporcionan a la mujer, en los que Riva se desnuda emocional y físicamente. Impecablemente compuestos y nunca demasiado cerrados sobre el personaje. Se trata, en la medida de lo posible, de escenas íntimas, pero fundamentalmente descriptivas. Se puede argumentar que demasiado abundantes –no es que haya muchas, aunque en este tipo de casos me basta con una– pero se puede contestar que Amor es un film de terror y el terror aprovecha cada oportunidad para provocarnos una respuesta emocional, sugerida o explícita. Visualmente, y en resumidas cuentas, Amor es extremadamente versátil. Se puede apreciar también en la fotografía de Khondji, tan natural en los tonos fríos de los pasillos vacíos como en las cálidas escenas de dormitorio entre nuestros dos protagonistas.



Llegados a Trintignant y a Riva, la temporada de premios en la que estamos inmersos nos sirve por lo menos para examinar desde cierto ángulo el impacto de sus interpretaciones: cinco nominaciones de ella por cada una de él, a ojo de buen cubero, con lo que se puede decir que el actor galo ha sido bastante ignorado. Pues bien: criminal. Repito: criminal. A la hora de elevar el film por encima del dramón, Haneke cumple con su parte cambiando el género de la película, pero quien realmente proporciona toda la carga de profundidad es el señor Trintiñán, quien enmascara todo el pánico, la rabia, la incertidumbre y el dolor de su personaje bajo una máscara de racionalidad… y de odio. Es un viejo cabrón. ¿Por qué? Porque NO ACEPTA LA SITUACIÓN. Existe el viejo cliché del anciano que aguarda en paz sus últimos días pero A TOMAR POR CULO: George quiere a su mujer y no quiere que se muera y le jode aún más que ella lo tenga más asumido que él. Odia ver fotos antiguas con su esposa, odia recordar tiempos mejores y no le gusta matar ni a las palomas –el único simbolismo del film, y cuando lo pilléis os va a destrozar–. George es humillado y es condescendido. Nadie sabe el terrible esfuerzo que le supone representar cierto nivel de cordura. La clave de la interpretación del actor francés es, en línea con el film, que solo adivinamos lo que pasa por su cabeza, y es gracias a su actuación milimétrica que podemos hacerlo. Riva esta muy bien, delicada, serena, y valiente, en perfecto contrapunto. Y ambos están bebiendo de fuentes a las que no me quiero ni acercar. Seamos sinceros: ninguno de estos dos actores seguirá vivo dentro de diez años, a saber desde dónde están construyendo los personajes. Richard Farnsworth completó Una Historia Verdadera, descubrió que tenía cáncer y se voló la cabeza de un escopetazo. Repito: no quiero saberlo.

Amor no es un film delicado. No es un film constantemente “sutil” –lo es, hasta que deja de serlo, por motivos que considero de peso y justificados–. Provoca dolor, emocional e intelectual. Vemos dolor y nos lo imaginamos. Es la carta de presentación al mundo de Haneke (fotos con Brett Ratner, ese rollo) y en cierto modo se cumple el “Quien mucho abarca…”: en comparación con la minuciosa, compleja, incremental exploración del incio de la violencia que es la monumental La Cinta Blanca, Amor es una patada en el estómago y, en el contexto de la carrera de su realizador, parece incluso “fácil”. En realidad, lo que sucede es que es la primera de sus películas con un mensaje eminentemente positivo y misericordioso. Interesante adjetivo, este último: quien descubra a partir de este film el resto de la filmografía de su director terminará apreciando grandes gestos de piedad en Amor, de valor incalculable, y procedentes de un director para el que creía que la clemencia no tenía cabida.

Autor: Rafa Martín (lashorasperdidas)

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