La revolución de las (tele)comunicaciones (la enésima; la que nos ha
llevado al momento en que esta crítica es leída) ha hecho posible que la
información fluya con una facilidad jamás imaginable hasta ahora. No
importa dónde, ni cuándo ni cómo se produzca el suceso, pues éste va a
quedar inmediatamente registrado en una monstruosa red global de memoria
cruel, y que va a dejar -gloriosa o vergonzosa- constancia de él.
Alcanzado el mínimo grado de notoriedad (que ahora mismo está
precisamente en mínimos históricos), la posteridad está garantizada.
Sonará a obvio, pero vivimos en un mundo tan grande, tan superpoblado, y
por consiguiente, tan sembrado de conflictos, que a poco que estemos
atentos, es tal la cantidad de información con la que se nos bombardea
día a día, que queda claro que el adverbio "demasiado" siempre lleva
connotaciones negativas.
El exceso lleva a la intoxicación; la
intoxicación al olvido y el olvido a la ignorancia (siendo todos éstos
atribuibles, claro está al sujeto). Tan irónico como triste. Ni falta
hace decir que la cantidad repercute directamente en la calidad. Así
pues, ¿con qué nos quedamos y qué descartamos; a quién nos creemos y a
quién no, para que al final de la jornada podamos retener al menos una
mínima porción de aquello que nos pueda interesar? El ejercicio es
complicadísimo, y agota por pura saturación. Más aún en unos tiempos que
pisan a fondo el pedal del acelerador, haciendo que todo se suceda a
una velocidad vertiginosa. La noticia de ahora se convierte en historia
en el trascurso de pocas horas. Prehistórico parece ya el traumático día
que marcó el sangriento punto de inflexión que marcaría, a nivel
planetario, el rumbo a seguir tanto en lo referente a la esfera política
como a la económica. Y así ha ido transcurriendo, "so far", el siglo
XXI.
Aparentemente lejano, confuso y lleno de incógnitas que urden una de las
mayores teorías de la conspiración más embriagadoramente perversas
jamás concebidas, el fatídico 11-S es también el punto de partida del
nuevo trabajo de la oscarizada Kathryn Bigelow, quien sigue buceando,
después de su celebrada 'En tierra hostil' (como viene siendo habitual,
absolutamente nada que ver con el título original, 'The Hurt Locker'),
en la última mancha negra de los Estados Unidos en su hoja de servicios
en calidad de policía mundial. No hay tiempo para hablar con los
heroicos supervivientes de la tragedia, ni para valorar estudios
sísmicos o sobre la resistencia del acero de las vigas de las Torres
Gemelas, ni para preguntarse donde estaba, por ejemplo, Dick Cheney, ni
por acompañar a los mártires del vuelo United 93. Todo aquel caos,
destrucción y sufrimiento se nos presenta a través de documentos
sonoros, con la pantalla en negro... porque el horror, y es muy
importante retenerlo, habla por sí solo.
Empieza 'La noche más oscura' (de nuevo, traducción muy nuestra, pero
ahora mínimamente próxima al original 'Zero Dark Thirty'), polémico
filme (por su forzado cambio en el planteamiento, por un proceso de
filmación en el que quizás se despertaron demasiados sentimientos de
odio) con un muy polémico punto de partida: la caza y captura de Osama
bin Laden... poco después de un año de su muerte. Cuando el cadáver está
todavía caliente... o para ser más exactos, cuando éste todavía debe
estar siendo digerido por la fauna del océano. Como es sabido, encontrar
al enemigo público número uno del supuesto mundo libre no se redujo a
derrumbar una puerta y a coser a balazos a todo ser que osara mover un
pelo más allá del umbral. O tal vez sí, pero con este esquema no hay
manera de cuadrar diez años en los que desaparecieron incontables
millones de dólares y vidas humanas, invertidos en dos guerras que
exigían unos resultados que no llegaban.
Asusta el que tanta muerte y desolación haya sido justificada, a fin de
cuentas, y siempre de cara a la galería, con la muerte de un único
hombre. Un monstruo que desquició a la primera súper-potencia mundial...
desde una ilocalizable y semi-destartalada fortaleza. Son tantas las
preguntas incómodas (causadas por supuesto por dudas tan incómodas como
razonables) que pueden lanzarse al aire; son tantas las ocasiones en las
que uno se siente moralmente obligado a tomar parte en el asunto (ya
sea a favor o en contra de los presuntos "good guys"); es tan sumamente
baja la atalaya (la altura solo se alcanza con el paso de un tiempo
ahora mismo inexistente) desde la cual se narra la acción... que
cualquier análisis apriorístico del film se ve obligado a vaticinar que
la catástrofe nos aguarda -volviendo al título original- treinta minutos
después de la media noche.
Pero resulta que al mando del equipo está una pareja ganadora que hará
ya cuatro años le dio a la bochornosa Segunda Guerra del Golfo la gran
película -y perdón por la frivolité- que se merecía. Explosiva a la hora
de proveer chutes de adrenalina y gélida cuando tocaba hacer un juicio
de valores que nunca llegaba, 'En tierra hostil' más que ser una cinta
de acción sobre un pobre diablo que no encontraba mejor compañía que la
de una bomba a punto de estallar, era el espeluznante testigo del estado
anímico de una nación y su autodestructiva adicción que nació el día
-muy lejano- en que se dio cuenta de que el traje de la economía de
guerra le sentaba bien. Demasiado. En este sentido, cabe analizar 'La
noche más oscura' como la continuación lógica a aquel primer y certero
disparo. El resultado, de momento, es un díptico con un valor histórico
excepcional.
Cámara al hombro nerviosa pero precisa, montaje trepidante, fundamental
para entender de dónde sale tanta tensión en el relato, uso escueto pero
preciso de la banda sonora, un reparto excepcional con esencia indie (y
en el que brilla, una vez más, la fuerza catalizadora de Jessica
Chastain)... Se repiten casi todos los ingredientes de la fórmula del
éxito, pero ésta se nos presenta en su nueva versión mejorada. El guión
de Mark Boal es un tour de force en sí mismo, de una capacidad analítica
abrumadora que no hace más que dejar patente el total compromiso a la
hora de retratar una realidad terriblemente compleja, pero con un
espíritu aterradoramente sencillo. Por su parte, Kathryn Bigelow nos
cuenta el "cómo" del "cómo" sumida en una valiente e inteligentísima
maniobra de desaparición que en el fondo no hace sino reforzar su
figura, imprescindible para que la radiografía de ese circo macabro
adquiera sentido.
Atrás queda el placer culpable de la atracción -incluso regocijo- hacia
una violencia que por otra parte es totalmente definitoria del
escenario; sucede lo mismo con los amagos de antaño de avocarse a
posturas demasiado tentadoras de condena o de exaltación. 'La noche más
oscura' es el exhaustivo seguimiento, en un marco hiperrealista, de la
maratoniana persecución de una sombra. Pero resulta que en esta misión
de vital trascendencia para la imagen de los grandes defensores de las
libertades y los derechos más sagrados, no hay manera de ver una figura
pública reconocible. Nuestros compañeros de viaje son personas alejadas
de los radares de la opinión pública. A pesar de estar intoxicados por
la información que les da de comer, son híper-efectivos brazos
ejecutores que controlan, desde sus sofisticados despachos, el destino
de millones de seres humanos. Nunca olvidar que palpita, en lo más hondo
de su alma, el corazón de un descerebrado cowboy que pide a gritos
objetivos a los que liquidar.
Son todos ellos parte de un sistema implacable, que hace largo tiempo
olvidó voluntariamente unos ideales en los que se sigue amparándo con
toda la desfachatez del mundo, y que si acaso se dejan ver ahora
tímidamente a través de los rayos de luz que se filtran a través de las
persianas de sus oficinas, o a través del reflejo de una orwelliana
pantalla de ordenador. Infinitamente más nítida es la visión ofrecida
por Bigelow & Boal de la totalmente identitaria belicosidad
estadounidense. Muy sabiamente situada por encima del "God Bless
America" y del "Shame on us", 'La noche más oscura' está tan exenta de
amor como de odio a la patria, y es precisamente esta dificilísima
neutralidad en su posicionamiento de observador, la que consigue que el
filme entre, junto a trabajos como la magistral 'La red social', en el
selecto club de películas capaces de impartir lecciones de historia
memorables en cuanto a una claridad que adquiere más valor si cabe,
teniendo en cuenta lo prematuro de un parto en el que obviamente no ha
habido tiempo para mirar al pasado.
Cogiendo lo mejor de los mejores productos hermanos (las televisivas
'24' y 'Homeland', las incursiones en la materia de Paul Greengrass...),
Bigelow hace gala de su maduración como cineasta y ejecuta a la
perfección todos sus planes. Triunfa con apabullante contundencia sin
importar el escenario en el que se encuentre. Sobrevive al
envenenamiento informativo y a la trampa mortal del reloj plantando la
cámara allá donde más conviene, transmitiendo así al espectador la
certeza de que está, en todo momento, donde tiene que estar. Al igual
que el informador perfecto, el mismo al que nos creemos tanto en las
discusiones típicas de las reuniones de trabajo, como en los brutales
interrogatorios de sospechosos, como en una magistral pieza final de
acción (escalofriante cumbre en el legado de la inquietante era Call of
Duty), el mismo que nos dice que la luz hacia la que debe mirar todo el
mundo... se mueve mejor en la anti-épica seguridad que le proporciona la
oscuridad. Suena tan real que a nosotros quizás sí nos haga falta más
tiempo para entenderlo.
Autor: Víctor Esquirol Molinas (El Séptimo Arte)
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