jueves, 28 de febrero de 2013

'Hermosas criaturas': Ni contigo ni sin ti


A nadie se le debería de escapar que el principal argumento que respalda esta adaptación del best seller de Kami Garcia y Margaret Stohl es lo que podríamos llamar "el efecto Crepúsculo". Y es que el tan incuestionable como doloroso éxito cinematográfico de la saga inspirada en la obra de Stephenie Meyer ha incitado a muchos a probar suerte en busca de una misma combinación de romanticismo adolescente de aspecto vagamente fantástico de la que vivir durante años, un producto -como hay que considerarlo- con unas intenciones, aspiraciones y sobre todo un público tan definido ante el que sólo tenemos dos alternativas si nos cruzamos en su camino y no formamos parte "de la secta": o asumirlo y aceptarlo como lo que es, o valorarlo en función a lo que vendría a ser una película cualquiera. En ambos casos podemos sacarle algún provecho, que ya es algo más que nada aunque sea menos que algo, si bien la diferencia entre con y de no queda del todo bien definida.

Por si aún quedaba alguien por descubrir la pólvora... decir que los valores que manejan estas 'Hermosas criaturas' son netamente industriales aunque su puesta en escena pueda resultar mucho más elegante, que lo es, de lo que viene siendo costumbre en esta clase de productos de gasto moderado y construidos a la vera de las hormonas de las adolescentes, única razón de ser de lo que podría haber sido una película incluso interesante, por qué no, de no haber estado tan condicionada tanto por su público como por su original literario. Y es una lástima porque mimbres había para hacer de 'Hermosas criaturas' un producto significativo y cuanto menos menos apto para todo tipo de públicos. Generalmente los hay, y aunque pasable dentro de un margen realista de pretensiones sus aspiraciones comerciales tergiversan por completo las posibilidades de un relato condenado a morir a la sombra de Crepúsculo, como si de fuese un derivado sin más personalidad propia que la presencia de una desatada Emma Thompson y un Jeremy Irons en modo 'Dungeons & Dragons'.

Si bien el recurrente e inevitable parecido más que razonable para con la Saga Crepúsculo es más espiritual que real, en ese sentido podríamos decir puestos a comparar por comparar que Richard LaGravenese le aporta una mayor dignidad al conjunto que el aportado por la infecta Catherine Hardwicke en la primera 'Twilight' de 2008. No obstante esta mayor dignididad que se respira por momentos no termina de cuajar en un producto realmente digno por culpa de las concesiones, lo dicho, tanto a su público objetivo como a la suponemos fidelidad del texto original, haciendo que además de irregular el producto final resulte a todas luces inconsistente y fallido. La intención, o al menos es esa es la impresión, es de hacer de ella una especie de producto a lo Crepúsculo al que se le pueda mirar a la cara. Un intento, en vano, que queda en agua de borrajas al chocar de frente con una realidad que sume al mismo en una especie de empate frustrante, por llamarlo de alguna manera, en donde local y visitante, menor o mayor de edad, salen insatisfechos de un resultado que a ninguno les vale ni les convence.

Ni contigo ni sin ti, como quien diría, y a mitad de camino de ninguna parte. En vez de apostar doble o nada LaGravenese se dedica a jugar al perro del hortelano entre el hueco intento por hacer algo parecido a una película y el aún más hueco intento por agitar las hormonas de la platea con unos intérpretes que, todo sea dicho, resultarían incluso simpáticos si el guión ni les tendiera las trampas de rigor ni pisoteara su dignidad a la mínima ocasión. Y es que la producción tiene tantos medios como miedo: medios para haber sido libre pero miedo para ser libre. Soy, pero me avergüenzo de ser. El "efecto Crepúsculo" convertido a la vez en su don y en su maldición. Más que en la hermosura estás criaturas terminan sumidas en su propio lado oscuro, consumidas por aquello que deben ser en vez de por aquello que podrían haber sido siendo lo peor de todo, sin duda, el ver como pasan por delante de nuestros ojos opciones y opciones con mucho potencial, e incluso momentos -como la escena de la cena- que sacan partido del mismo, pero que sin embargo terminan arrojadas en la basura.

O asumirlo y aceptarlo como lo que es, o valorarlo en función a lo que vendría a ser una película cualquiera. En ambos casos podemos sacarle algún provecho, que ya es algo más que nada aunque sea menos que algo, si bien la diferencia entre con y de no queda del todo bien definida. Lo cierto es que siendo realista, una vez uno se encuentra sentado en su butaca y asume que estamos ante un relato en el que decir "soy un bruja" causa la misma conmoción que decir "me estoy cagando", sus dos horas de metraje no se hacen pesadas... cierto es que se trata de una de esas producciones que en ocasiones nos lo pone tan fácil que es imposible no soltar una carcajada burlona. Pero también es cierto que la nota de corte no es que precisamente brille por su exigencia y que, dicho sea sin rodeos, la película no es un completo desastre; es más, incluso hay en ella cosas defendibles (como cierto humor autoconsciente). Decía que provecho le sacamos en ambos casos... el problema, si acaso, es que oscila tanto sobre un término medio tan aséptico que no alcanza lo que sí consiguió 'Crepúsculo': que nos riéramos de ella sin cargo alguno de conciencia.

Autor: Juan Pairet Iglesias (El Séptimo Arte)

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