domingo, 7 de octubre de 2012

Crónica del Festival de Sitges



Un profesor de biología de mi colegio de quien guardo grato recuerdo nos dijo un día que el dolor era seguramente una de las mejores "relaciones" -por así decirlo- que podíamos mantener con nuestro cuerpo. No había connotaciones masoquistas en dicha afirmación, sino más bien de puro interés científico. Para ilustrarla mejor, nos contó la historia de su amigo Juan, cuyo sistema nervioso no funcionaba bien, hecho que le impedía sentir dolor. Resulta que un día el bueno de Juan decidió (por razones que sólo sabrá él) cruzar una concurrida calle de la ciudad sin mirar el semáforo... con la mala suerte de tener, en aquel momento, el de viandantes en luz roja. El colmo del infortunio fue que el individuo no oía demasiado bien, con lo que no logró captar los avisos preventivos que sus seres queridos le gritaban desde la otra punta de la calle.

Así que el pobre Juan avanzaba por el paso cebra, y los coches iban atropellándole sin él darse cuenta. No sentía dolor, ¿por qué iba a parar? Mientras, un brazo salió por los aires... y el otro... y buena parte del intestino... y una pierna... y la otra. Por supuesto, la mancha roja y reseca que ahora mismo hay en el asfalto de un famoso cruce de Barcelona es lo que queda de Juan. Descanse en paz. Fuera cierta o no, esta historia hubiera sido la mar de instructiva para unos niños de una pequeña aldea española, nacidos poco antes del estallido de la Guerra Civil. Aparte del origen geográfico, tienen en común una extraña enfermedad a la que nadie parece poder encontrar una cura: son completamente insensibles al dolor físico.

Dicha anomalía física llevará a los mocosos a embarcarse en juegos que podríamos denominar perversos, y por lo tanto, peligrosos, hecho que provocará el escándalo y posterior movilización de las autoridades del pueblo, que a falta de una mejor solución, decidirán aislarlos en hospital -dicen- para salvarlos de ellos mismos. Así empieza el primer largometraje de Juan Carlos Medina, que a parte de fijarse en el pasado, hace lo propio en un presente en el que a un prestigioso doctor se le diagnostica un cáncer que solamente puede ser curado con la ayuda de sus padres. Año 2012 y año 1936. Dos líneas temporales teóricamente irreconciliables pero que poco a poco van convergiendo con un tono cada vez más dramático.

Al final del pase de prensa de 'Insensibles', una cosa está clara: su designio para encargarse de la apertura del festival no hubiera aportado tanto glamour como 'El cuerpo' (en esto no cabe ninguna duda), pero al mismo tiempo la experiencia se hubiera saldado con un balance general mucho más aceptable; mucho más digno. La ópera prima de Juan Carlos Medina no es ninguna joya, y comete el grave pecado de optar, en su recta final, por disfrazarse de astracanada impactantemente desagradable, pero ahí queda la construcción de un relato que al principio con un aire onírico y poco después con un acertado tono que podrá definirse como "Spanish-Gothic", reflexiona de forma sutil sobre la necesidad -más en nuestro país- de una memoria histórica en la que se encuentra la salvación, por muy dolorosa que sea. De este modo, Medina condena la insensibilidad, y de paso firma un correcto ejercicio de terror semi-fantástico made in Spain.

En unos terrenos que nada tienen que ver con lo comentado hasta ahora, encontramos al reaparecido -ahora sí- Leos Carax, quien en su día dijo que el cine era como una isla. Vaya-usté-a-saber qué quiso decir con eso. La imagen posee, no obstante, cierta belleza difícil de describir; casi imposible de plasmar en palabras. En cualquier caso, el atractivo allí está, aunque éste solamente sea apreciable por unos pocos. Y en esas aparece 'Holy Motors', dígase ya, una de las joyas cinematográficas de más valor de esta temporada. El argumento ya nos da pistas de por dónde van a ir los tiros: un hombre, de profesión actor, recorre la ciudad de París subido en una limusina cargado del atrezzo necesario para ponerse en la piel de múltiples personajes: un asesino, una bestia, un moribundo, una anciana... todo vale.

Lo mismo puede aplicarse al cine del antaño enfant terrible Carax, y más aún a su 'Holy Motors', un filme que bien podría tratar sobre el hombre moderno polifacético, o sobre la pérdida de identidad de éste... o simplemente todo podría reducirse a un colosal e irrepetible homenaje a esa profesión que hace del engaño, no sólo una forma de ganarse el pan, sino también de hacer vivir a los demás... mientras el protagonista se va consumiendo. Agotado al final de la cita va a llegar un gran Denis Lavant que pone a otro nivel el concepto "tour de force". Su desgaste físico (una constante en las colaboraciones del intérprete con el director galo) y su arsenal inagotable de recursos dan todavía más poder a una propuesta que ya iba sobrada en este aspecto. Y así, esta celebración del cine de autor (dígase mejor auteur) en su máxima expresión, triunfa en todos sus aspectos. Excelentemente rodada, la capacidad para sorprender nunca desaparece (ni en un prodigioso intermedio que toma la forma de delicioso lipdub en una iglesia), y el genio del inventor, que se pone la máscara del maestro Georges Franju, se materializa de forma anárquica y salvaje con una creatividad inagotable, haciéndonos creer de nuevo en aquel mito que dice que en el séptimo arte todo es posible. En 'Holy Motors' desde luego, lo es.

La Sección Oficial a Competición no ha bajado la guardia y nos ha deleitado a continuación con una de las obras más esperadas de esta 45ª edición. 'Compliance', una de las sensaciones esta temporada en Sundance, nos sitúa en un ambiente laboral opresivo y tenso. En un puesto de comida rápida, un problema con los suministros hace que la marca de recaudación algo parecido a una quimera, lo cual no provoca en Sandra, la encargada, el desánimo como para relajar la fuerte presión a la que somete a sus subordinados. Por si fuera poco, se suma a la ecuación la llamada telefónica de un agente de policía que acusa a una de las empleadas de haber robado dinero a una de sus clientas. El director y guionista Craig Zobel da muestras de su inteligencia antes siquiera del primer fotograma. En letras mayúsculas y ocupando toda la pantalla, se muestra aquella odiosa carta de presentación que reza: "Basada en hechos reales".

Coletilla imprescindible para que el filme pueda cubrirse las espaldas, al poder acusarse su historia, en demasiados tramos, de increíble. Pero recordemos, todo sucedió realmente (y hay registros de ello), lo cual no hace sino poner los pelos de punta. El estilo de Zobel, isigne del mejor indie americano, pone el resto para dibujar un cuadro de terror contemporáneo. El deber, la autoridad y sus límites -si es que los tiene-, la obediencia, la culpa, las infinitas formas de humillación y sobre todo la responsabilidad (jurídica, moral, ética) figuran en la receta de principales ingredientes de un drama en el que los primerísimos primeros planos de fast-food desprenden un olor insoportable a una realidad empeñada a superar a la ficción. No llega al nivel perturbador de su genial ópera prima 'Great World of Sound' (de la que se rescata a este gran talento en la sombra llamado Pat Healy), lo cual no quita que 'Compliance', con todo su estrés (como sinónimo de terror psicológico) y su perversidad, cale hasta los huesos.

Mucho más liviano se ha presentado lo nuevo del homenajeado con el Premio Máquina del Tiempo, Don Coscarelli. 'John Dies at the End' (en cristiano "al final John muere") podría definirse como la mezcla entre La dimensión desconocida, los universos paralelos de Joss Wheedon, y otros títulos venerados en Sitges como el 'Kaboom' de Gregg Arakki o la soberbia 'Detention', de Joseph Kahn. El cóctel, en el que se deja ver un Paul Giamatti que para la ocasión ha ejercido también de productor, se traduce en una verborrea incontrolable e imparable de teorías sobre física cuántica, sobre el más allá y otros muchos misterios sin resolver. Humor freak, y con un non-sense radical para una pelota mental fresca, alocada y divertida... lo que viene a ser el cine de Coscarelli. Y sí, esta historia doctorada en coger todos los desvíos surrealistas imaginables huele a la legua a título de culto, una categoría muy de moda este año en Sitges, por cierto.

Hablando de tendencias, las que llegó hace tiempo para quedarse fue la de Takshi Miike, en este certamen, un peaje contra el que no hay "no-vull-pagar" que valga. Este autor del que muy acertadamente se dice que es técnicamente imposible ver su última película (por su aceleradísimo ritmo de producción), presenta en este escenario una media de dos trabajos por edición, y claro está, el público a sus pies. El que fuera de estos circuitos es un auténtico desconocido, en el Garraf es algo muy cercano a un dios. Todos los chistes que salen de su boca adquieren aquí la categoría de cima del humor; todas las escenas de acción se sitúan aquí -y sólo aquí- entre lo más espectacular jamás rodado... y así sucesivamente. For Love's Sake ha sido obviamente la enésima muestra del éxtasis "Miikiano", aunque hay que decir que en esta ocasión, la reacción está más que justificada.

Con apariencia cursi y melosa For Love's Sake nos lleva al año 1972 para describir la historia de amor imposible entre un alumno rebelde y conflictivo (directamente sacado de la saga 'Crows Zero') y una niña de papá modélica en todos los sentidos. Un choque de clases que se traduce en la respuesta japonesa al fenómeno High School Musical. La mojigatería y buenas intenciones de la Disney quedan aquí enterrados por los chorros de violencia, el lenguaje anime (Miike es sin duda uno de los autores que mejor lo ha entendido) y el humor macarra marca de la casa, y claro, las ovaciones se han ido encadenando hasta que se han vuelto a encender las luces. Aunque el conjunto evidencie cierto agotamiento de recursos en su tercio final, es éste uno de esos raros casos en la filmografía de ese híper-activo cineasta, en el que no se impone la sensación de prisa y consiguiente dejadez. No en balde hablamos de una de las mejores películas en la carrera de Miike.

Para dar carpetazo a esta maratoniana jornada, volvemos a la Competición, donde se da la delirante situación (sólo posible en Sitges) de vernos obligados a asistir a un maratón de medianoche para que no se escape ninguna de las películas premiables. Tanto esfuerzo bien valía la pena, puesto que hablamos de otro de los filmes más esperados este año en el certamen. 'V/H/S' nos recuerda aquel fantástico soporte audiovisual que tantas horas de goce nos dio en un pasado no tan lejano en el tiempo pero a años luz en el sentido que él pervivía todavía esa corazonada de que el cine podía llevar a las salas algo nuevo; algo totalmente rompedor. Viene a la memoria obviamente la imprescindible 'El proyecto de la bruja de Blair', de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, pieza clave en la consolidación del "found footage".

'V/H/S', firmada por algunos de los nombres más prometedores del terror actual, propone, a través de sus distintos capítulos (orquestados por una idea que mezcla 'Henry: retrato de un asesino', de John McNaughton, con la 'Tesis' de Alejandro Amenábar), un viaje infernal para recuperar los miedos más primarios, y por ello, los más efectivos. Como en todo ejemplo de dicho formato, se impone el esquema de montaña rusa en términos de calidad, pero el balance de todas las historias mostradas se inclina claramente hacia lo positivo (la primera es inmejorable, la segunda es turbadora, la tercera tiene un guión nefasto y las dos siguientes consiguen remontar el vuelo), merced a un muy buen aprovechamiento de las reglas de juego (cámara al hombro, sonido distorsionado, mala calidad de la imagen) y a ese sentido del riesgo y del reto que sólo puede encontrarse en los nuevos talentos.

Mañana, más.

Crónica del Festival de Sitges por "El séptimo Arte"
http://www.elseptimoarte.net/insensibles-llamadas-y-cintas-de-video-15785.html

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