domingo, 28 de octubre de 2012
Crítica de "Vacaciones en el Infierno"
Salvo giro hecatómbico de los acontecimientos, la carrera comercial de Mel Gibson está muerta pero, gracias a Dios, la única persona que todavía no se ha enterado es Mel Gibson, que aborda un direct-to-DVD (muy decente, muy entretenido… y muy, muy justito) como Vacaciones en el Infierno con la misma voluntad y energía como si fuera su siguiente film tras ganar cinco Oscars. Un profesional ejemplar y espejo en el que deberían mirarse docenas de estrellitas de medio pelo. Él es principio y fin de la película. Todo depende de él. Es imposible hablar de la misma peli si no apareciera este actor en ella. Así que centremos casi exclusivamente esta reseña en Gibson, mientras aún podamos. Porque da gloria verlo.
Get the Gringo es familia lejana de un fracaso comercial de Gibson: Payback, el remake (no tan) inconfeso de A Quemarropa. Aquí, Gibson interpreta a un atracador sin nombre –quizás el propio Parker, más viejo, más perro– cuya última fechoría acaba con sus huesos en una ciudad prisión mexicana conocida como El Pueblito, una penitenciaría tan masificada que prácticamente es un ecosistema, con tiendas comerciales y tiendas donde los reclusos se dan zapatilla con sus señoras. Es un ambiente fascinante y jodido, donde abunda la corrupción, el esclavismo, las drogas y el tráfico de órganos, reflejado con tanta naturalidad y peso, gracias al ajustado presupuesto y a la labor de Benoît Debie, habitual de Gaspard Noe, que se convierte en el corazón del film. Y es también escenario ideal para un film crepuscular y sórdido. Lo es hasta cierto punto, pero Gibson desarrolla una interpretación tan vitalista que ayuda a digerir semejante carga de miseria.
El actor (y productor, y coguionista) ha desarrollado un conocimiento instintivo sobre el punto en el que un film de acción deja de ser “duro” para ser “incómodo” y navega la línea con facilidad pasmosa, al poner en el centro del peligro a una pareja de inocentes (una madre y su hijo) y convertir nuestro protagonista en un héroe. El film se raja (no está concebido para machacarte), pero se raja como y cuando quiere su protagonista. Gibson ejerce de filtro y depura el horripilante mundo que nos llega desde la pantalla. Esta tarea, eso sí, cada vez le resulta más y más difícil. Gibson no es Willis, no se ha reconvertido en un actor estoico, sino que mantiene la misma identidad con la que triunfó hace treinta años. Es una actuación muy física y agotadora, y puede que sea una de las últimas ocasiones en las que le veamos con la energía de un demonio de Tasmania.
Si salimos del intérprete neoyorquino y de su inmensa influencia sobre la película, Gringo las pasa putas a la mínima que abandona sus puntos fuertes. Es un film muy sencillito y cuando le quitas sus cosas especiales, se convierte en anodino, y ya visto. Por ejemplo, pasada la mitad de película, el film sale momentáneamente de El Pueblito, con lo que tiene una gran ventaja menos a la que abrazarse, y se nota mucho. Duele un poco menos gracias a Gibson, omnipresente, y a la labor exclusivamente resultona de su director: Adrian Grunberg, ayudante de dirección (cargo que ocupa un lugar especial dentro de las putadas particulares que alberga cada especialización cinematográfica: en un rodaje, es el que hace que las cosas funcionen a base de sangre, sudor, lágrimas y una excepcional organización mental). Haciendo honor a su experiencia, Grunberg –Apocalypto, El Fuego de la Venganza, Traffic– no se anda con chuminadas: la peli DEBE tirar, contra viento y marea, con todos sus imponderables.
Tampoco es necesario extenderse más en lo que, por otro lado, es un film muy entretenido y enfocado, con cierto carácter privado: todos los guionistas son productores, lo que demuestra el ambiente íntimo en el que se desenvuelve el film. Quizás destacar a Giménez Cacho, otra vez en una sólida interpretación como villano de la película, o la naturalidad de Dolores Heredia (la madre) que parece que ha nacido con ese papel en las manos –¿de dónde salen estos actores?– o una nueva demostración de la curiosa tendencia de Gibson a ejercer de figura paterna de un chaval desvalido, como en Mad Max 2 o El Hombre sin Rostro (¡…chavaleh que este tío esta LOOCOORRLL!). Por lo demás, Gringo es un vehículo de acción aislado, sin franquicia de la que depender, al servicio de una única gran estrella en tiempos impropios donde los veteranos hacen piña y dependen de fórmulas exitosas. Conociendo la carrera de Gibson, ermitaño por naturaleza, no sorprende demasiado. Lo que sorprende es que vaya tan a muerte con la propuesta. Sorprende aún más que, al hacer precisamente eso, reivindique el “star-power” de tal manera.
Autor: Rafa Martín (lashorasperdidas)
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