La base fundamental sobre la que hay que valorar Skyfall
está comentada aquí
con más profundidad, pero se puede resumir en lo siguiente: ahora
mismo, la franquicia está más preocupada sobre a dónde quiere
llegar, que sobre el lugar en el que se encuentra en la actualidad. Y
teniendo en cuenta el triste precedente establecido por Quantum
of Solace, de Marc Forster, (machacada por este problema), la
forma en la que se ha recuperado es admirable, pero todavía
incompleta. O incompleta pero admirable, porque Skyfall
establece, en sus mejores momentos, el rumbo a seguir por la saga: un
espectáculo visual de pura C-L-A-S-E como no he visto en mucho
tiempo en el cine de acción, cortesía de su dire de foto, Roger
Deakins, sumado a un actor que ha asumido definitivamente el manto
del personaje hasta una profundidad que sus predecesores no han
podido rascar (por el enfoque superficial y ameno que hasta ahora
había recibido la serie), y el regreso a antiguos fundamentos que
parecían olvidados y que ahora regresan con nuevas energías.
Skyfall combina elementos de este nuevo James Bond de
Daniel Craig (el interés por el personaje y sus tensiones con el
mundo y la gente que le rodea) con tradicionalismos como la
incorporación del villano rock out with the cock out. El film no
termina de conseguir que ambos aspectos congenien, pero elige una
solución alternativa: exagerarlos hasta el infinito y si se
encuentran, pues de puta madre. Dicho de otra forma: tu Bond denso es
ahora más denso (problemas familiares incluidos) y tu villano
absurdo hace palidecer de envidia al Doctor Maligno. Silva (Javier
Bardem) es un agente descarriado con la intención de cargarse de
abajo a arriba el Mi6 terminando por M (Judi Dench). El objetivo de
Bond, obviamente, es desjoder el entuerto pero la relación entre
ambos va más allá de la mera misión y eso beneficia al film. Bond
y Silva son conscientes de que uno es el reflejo del otro, cada uno
con sus propias cicatrices. Sin embargo, lo que podría haber sido
una historia de rivalidad directa termina en circunloquios y pierde
gas en el momento en el que el film decide poner a M en el centro del
escenario, como responsable de ambas “criaturas”, cosa que sucede
durante sus buenos 70 (SETENTA, señoras y señores) primeros
minutos, durante los cuales la peli va de todo menos de lo que tiene
que ir, hasta que el malvado entra en acción.
A día de hoy, seis años después de Casino Royale,
seguimos sin tener una película con Craig en “velocidad de
crucero”: sus responsables sempre están iniciando algo, cerrando
algo, reinventando algo, añadiendo más matices al personaje, bla,
bla, bla, bla. Y, sinceramente, aquí no hay material para ello. Es
difícil profundizar en la relación madre-hijo entre Bond y M cuando
ambos tienden a dialogar en forma de puyitas. “¡Animal!”
“¡Zorra!” y demás. La de Bond y M es un ejemplo que se aplica
al resto de interacciones de nuestro protagonista: si habla con un
superior, le manda a tomar por culo; si habla con el villano, es para
hacerle un psicofallo y si habla con una señorita, es porque se la
quiere llevar al catre. No es Hamlet pero desde hace seis años se
emperran en que este tipo tiene una faceta oculta y compleja de
cachorrillo desvalido que enamora a las nenas y a los tíos nos pone
de los nervios porque somos fanes de las hostias, de las explosiones,
de los cochazos y de las curvas. Al film le cuesta coger el ritmo. Al
margen del dramón decimonónico que domina gran parte del metraje,
como aventura de acción a veces es inspirada en su desarrollo
(cuando cada acción de Silva obliga a una reacción de Bond, gato y
ratón) y a veces es esquemática (cuando no hay Silva, Bond va a un
punto A y pega leches).
Ahora que nos hemos quitado la parte más problemática… Roger
Deakins. Motherfucker. Sam Mendes es el director del film y es él
quien da la pertinente rienda suelta al director de foto, en la mejor
tradición de sus colaboraciones con Conrad L. Hall en American
Beauty y Camino a la Perdición. Bajo control, Deakins consigue dar
al film un aspecto visual distintivo, algo inaudito en las 22
películas anteriores y que confieren a la película su propia
personalidad. Este logro, de por sí, es para enmarcar. Pero cuando
Mendes desata a este perro de la guerra (cuando el film se va a
Shanghái, básicamente), entramos en otra dimensión, una que
sostiene el film de tal manera que empequeñece los furtivos intentos
de Forster para dar una identidad visual a la serie. Una pelea a
hostias en plano fijo a contraluz ante los rascacielos de la ciudad
es el momento más determinante de la franquicia desde que Sean
Connery se encendiera por primera vez el pitillo. Es el momento en el
que deja de ser simplemente Bond para convertirse en arte audiovisual
(que es en buena medida de lo que va el cine, cullons) y cualquier
paso que decidan tomar en este sentido será inmensamente apreciado
por mi parte, porque es finalmente cuando Bond huele a nuevo –ojo a
los momentos en Escocia, que amagan con entrar en el género de
horror gótico-Hammer–. A veces, la foto de Deakins tiende a
predominar en exceso sobre el resto de elementos (la peli a veces
parece un anuncio de Lancome), pero si es el precio que hay que
pagar, bienvenido. Demasiado es mejor que mucho.
En un término medio entre esta revolución y el anquilosamiento
nos encontramos a Javier Bardem, a quien básicamente se le ha
comunicado la orden de “haz lo que te salga de la polla”. Para
cuando terminéis de ver el film, os aseguro que el pelazo rubio bote
será lo de menos. Silva no es tanto un personaje como un concentrado
de todas las características negativas de la Humanidad. Su entrada
es tan monumental que solo le falta terminar su discurso de
presentación violando a un panda recién nacido. Silva sirve para
remachar la idea de que este concepto de “Bond amargado, profundo y
realista” no es más que una parida, porque este villano no te lo
encuentras ni en los tebeos. Ahora bien, Bardem va tan a muerte que
el film se dispara, desapareciendo cualquier amago de sueño por mi
parte. Es un actor muy por encima del papel que tiene (su plan, sin
destripar nada, es absurdo) y tiene el deber de mantener la atención
y, sobre todo, de ampliar el margen de maniobra del film. Bond es una
peli de acción y una peli de acción llega hasta donde le permite su
villano. Eso es de cajón.
Craig, finalmente, es Bond. Gustará más o menos. Es Bond. En sus
buenos y malos momentos. Hijo de la Gran Bretaña (icónico plano,
erguido frente a Londres; el mundo es suyo). Cuando está y cuando no
está. Es Bond. Vale la pena repetirlo tres veces. Felicidades al
premiado.
Y así terminamos. Curiosa peli, Skyfall. Todavía
desorientada, pero con ganas de guerra. Cerramos hablando un poquillo
de sus escenas de acción, tangibles e impecables, plagadas de
efectos prácticos –ESE METRO– como acostumbran los
extraordinarios técnicos y stuntmen/women de Pinewood, cortesía del
gran especialista de segunda unidad que es el chileno Alexander Witt
y del legendario montador Stuart Baird (e hija,para seguir la
tradición). Mendes prefiere delegar en ellos, y centrar sus
esfuerzos en la creación de imágenes (Bond, levantando un brindis
delante de unos matones). Por lo demás, Skyfall es el
intento de consolidar al Bond de Craig exagerando al máximo sus
virtudes y sus defectos. Ha comprobado, finalmente, qué funciona y
qué no funciona. Solo falta pulir importantes detalles. Necesita un
villano. Necesita a Craig. Necesita a Deakins. Ya lo tiene.
Centrémonos en el siguiente paso: La Gran Aventura de James Bond.
Está preparada.
Autor: Rafa Martín (Lashorasperdidas)
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