jueves, 2 de enero de 2014

Crítica de "La leyenda del samurái: 47 Ronin"


Despedimos el 2013 con la película perfecta para cerrar el año; un año de excesos, promesas a medio cumplir y un desastre en ciernes en lo que al modelo blockbusteril de Hollywood se refiere (¡2015, allá vamos!).

Hemos hablado largo y tendido sobre 47 Ronin durante años (y esta película se tenía que haber estrenado en realidad en 2012) hasta tal punto que ha trascendido su propio valor cinematográfico dejando de ser solo una película, y pasando a ser una forma de hacer cine en sí misma. Junto a producciones como John Carter, El llanero solitario, R.I.P.D o Guerra Mundial Z, 47 Ronin se ha convertido en un referente y una pieza histórica de nuestro tiempo para analizar cómo se lleva a cabo la producción de una cinta de esta envergadura.

La historia de los 47 Ronin es una de las leyendas más conocidas y reinterpretadas de Japón, remontándonos al siglo XVIII para contar la historia de un grupo de samuráis convertidos en ronin tras la muerte de su señor. Esto es material de drama para contar una historia de venganza, coraje y honor; suficiente para hacer una buena película como muchas otras que se han hecho anteriormente sobre el tema, pero había que incluir un par giros extra para llamar la atención de los espectadores.

El primero de estos giros era la inclusión de un personaje occidental en la cinta para facilitar el marketing de una historia tan oriental en nuestras tierras. Esto funcionó con Tom Cruise en El último samurái, así que probarlo de nuevo parecía una opción sensata. El elegido fue Keanu Reeves, que posee cuarto y mitad de sangre asiática por parte de su abuela, así que podría colar. En la película Reeves interpreta a Kai, hijo de un marino inglés y una campesina local que es rechazado por la sociedad por su carácter de mestizo, pero acaba uniéndose al grupo de guerreros que dan título a la película tras ser encontrado en un bosque durante su juventud.


La inclusión de Reeves es en sí una excusa para promocionar la película. Si habéis visto cualquier tráiler, póster… le veréis siempre en primer plano, vendiéndole de nuevo como “El elegido”, destinado a salvar el mundo y enfrentarse a mil peligros. Pues resulta que Keanu Reeves NO es el protagonista de la película; es un simple secundario que actúa como completo al verdadero protagonista: Hiroyuki Sanada, que interpreta a Oishi, líder del grupo de ronin. Oishi es el verdadero motor de la historia, urdiendo el plan para juntar a sus guerreros y clamar venganza contra el responsable de la muerte de su señor, y todo el arco argumental de la cinta y la resolución moral de la historia gira en torno a él. Cuando acaba la película, y sin entrar demasiado en spoilers, es Oishi el que recibe el “payoff” emocional, mientras que Kai está ahí sin más.

Como el rostro de Sanada sería insuficiente para llegar a público amplio, se empezó a toquetear aquí y allá para intentar colar a Keanu Reeves como personaje predominante. Lo que nos lleva al siguiente punto: las regrabaciones.


A finales de 2012, los ejecutivos del estudio intervinieron para quitarle poder a su director, el debutante Carl Rinsch, cuya intención era plasmar la historia de los 47 ronin enfocando la película en una vena más dramática, para potenciar la acción, efectos especiales y la mezcla de fantasía e historia real en la línea de 300. A través de largas y costosas regrabaciones, la práctica totalidad de la película se ha alterado para intentar transformarla en el show de “Keanu Reeves, cazador de demonios” (aunque, aún con todos los cambios, Reeves sigue quedando como un secundario), confiriendo a Kai una serie de poderes y un pasado previo que le ata a una mística orden mágica dirigida por el primo de Voldemort. Junto a ello, se potenció la historia de amor entre Kai y Mika, la hija del señor feudal asesinado, y se añadieron diversas criaturas sobrenaturales.

El guión original a cargo de Chris Morgan (que acabó incluso en la Black List de mejores guiones no producidos) poseía algunos de estos elementos, pero eran meramente accesorios; las escenas de fantasía del libreto inicial se cuentan, literalmente, con los dedos de una mano. Tras la regrabaciones, y la revisión del guión a cargo de Hossein Amini, en la película aparecen criaturas salidas de La princesa Mononoke de Mizayaki –cosa que también ocurría en Blancanieves y la leyenda del cazador, que curiosamente ya contaba con reescrituras de Amini–, demonios con teletransporte, brujas y hasta un dragón.


Un proceso de restructuración similar al que sufrió Guerra Mundial Z y que proporciona los mismos resultados: nuestros protagonistas saltan de una set piece a otra en la que se tienen que enfrentar a un peligro o un final boss, todo mediante CGI y con un impacto superfluo que empaña una película hermosa en otros aspectos. A nivel de diseño de producción y vestuario, 47 Ronin es una auténtica gozada para los sentidos.  Se nota un trabajo artesanal realmente cuidado y la suntuosidad de la paleta de colores de sus decorados y trajes es espectacular. Y cuando le dejan a John Mathieson, hasta se consigue algún plano resultón.

Me da pena que el que peor parado vaya a salir de todo esto sea el director Carl Rinsch, y él es la única razón de que no vaya a crujir esta película. El destino de esta película podría marcar el futuro de la carrera de este pobre hombre, y no se merece el fracaso.

Rinsch, abrumado por el descontrol de esta producción, ha luchado todo lo posible por intentar mantener su esencia. Como ya he dicho, tanto Reeves como él buscaban un enfoque más cercano y dramático para esta historia, no centrándose en el festival de peleas y efectos del producto final.
Al igual que le ocurrió a otros directores que pisaban por primera vez el sistema de los grandes estudios, Rinsch ha sufrido lo que sufrió Guillermo del Toro con Mimic o lo que sufrió David Fincher con Alien 3, y juzgarle y enterrarle por una película de la que no ha tenido control es un gran error. 




Al igual que Fincher, Rinsch proviene del mundo de la publicidad pero sus inclinaciones cinematográficas se muestran mucho más clásicas. Las escenas dramáticas de 47 Ronin son pausadas y con una cierta sensibilidad que muestra la verdadera película que quería hacer, y sus escenas de acción, como el asalto a la fortaleza del villano, no caen en excesos (salvo por el impuesto CGI), cámaras lentas, ni están estilizadas sobremanera. Su forma de rodar me hace sentir que estoy viendo una película, y no un videojuego, que es en lo que se han transformado muchas películas de acción.

Rinsch se merece una segunda oportunidad, y quiero ver si es capaz de hacer un Seven.


Dicho lo cual, no nos encontramos ante una gran película, pero tampoco ante el desastre que algunos describen. 47 Ronin es superior a ejemplos de cine katanas o fantasía recientes como Street Figher: La leyenda de Chun-Li, Elektra, Ninja Assassin o la reinvención de Conan, el bárbaro.

47 Ronin es una película que está ahí. Es el prototipo de película para pasar el rato y una opción ideal para echar un par de horas durante una tarde lluviosa.  Al igual que otros estrenos de “una de cal y otra de arena” de este año como El llanero solitario o El hombre de acero, 47 Ronin tiene elementos que hacen que la pueda ver desde una perspectiva entrañable y salvar algunas de sus virtudes a pesar de sus múltiples fallos.

La mejor descripción que he visto sobre ella afirmaba que nos encontramos ante una producción de serie B con un presupuesto de 175 millones (en realidad son bastantes más); un comentario bastante certero, ya que a pesar de contar con semejante despliegue de medios, la película luce pequeña, pasando de escenas de alto nivel a otras dignas de telefilm. Una dicotomía que podría ser la gran baza de la película para alcanzar su verdadero lugar: el mercado doméstico, junto a otras cintas en la línea de Objetivo: La Casa Blanca; producciones puramente trash cuyo factor cutre las hace idóneas para “echar unas risas” en el sofá con los colegas.

Y ahora solo queda esperar hasta que llegue Robocop.

Autor: Ángel Vidal (lashorasperdidas)



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