Mirar el reloj de forma constante e inquieta. Ese es, probablemente, el mejor termómetro que servidor tiene para determinar, previa entrada en disquisiciones puramente cinematográficas, si la película que estoy visionando en el cine “me está gustando o no”. Unido a cierto movimiento de incomodidad en la butaca, el buscar la información de cuánto le queda de metraje a un título u otro es claro indicio de que, una vez arranque a analizarlo en estas líneas de tinta virtual, poco es lo que voy a poder sacar de positivo de la producción en cuestión.
A todas luces, el que transcurrida ni media hora de proyección ya hubiera buscado la fugaz información de las manecillas tenía que haber supuesto que las apreciaciones acerca de ‘Una vida en tres días’ (‘Labor Day’, Jason Reitman, 2013) partieran, como poco, con una nada desdeñable desventaja considerando que, en tan corto espacio de tiempo, ya había fruncido el ceño en un par de ocasiones como muestra clara de desaprobación ante sendos momentos de una notable endeblez.
Un mal arranque…
Y es que el filme de Reitman comienza cojeando cuando, transcurridos cinco minutos de metraje, el cineasta nos introduce la premisa de partida que servirá como punto de inicio para el grueso de la trama. Desconociendo si en la novela en la que se basa el guión del director este fundamental hito queda conjugado en los mismos términos, sorprende sobremanera lo ridículo e inverosímil del tratamiento que aquí se le da al momento en el que el personaje de Josh Brolin irrumpe en las vidas de Adele y Henry.
Secuencia del todo implausible por mucho que la personalidad de Adele —una espléndida Kate Winslet— haya sido definida en unos modos que podrían servir de justificación algo laxa de la misma, lo que sigue a continuación no resulta mucho más creíble, y como espectadores hay que poner mucho de nuestra parte para soportar la insustancialidad por la que la cinta campa a sus anchas durante algo más de media hora de metraje, no consiguiendo Reitman que logremos empatizar con unos personajes que, ante todo, podrían calificarse como asépticos.
A ello ayudan enormemente unos diálogos mal definidos y por completo desnaturalizados que sirven para desdibujar tanto a la pareja protagonista como al adolescente cuya voz en off va hilvanando unos acontecimientos que, paradójicamente —y trascendido ese tramo inicial de proyección— comienzan a trabajar en términos muy opuestos a lo que hasta entonces habíamos podido ver, atrayendo cada vez más la atención del respetable hasta el punto de comenzar a virar las inciertas impresiones iniciales que la cinta iba instilando en el espectador.
…para una película que termina cautivando
Dos son los responsables directos de que ello ocurra y de que, a la postre, ‘Una vida en tres días’ deje atrás sus más que titubeantes comienzos y consiga posicionarse como un drama bastante digno de resonancias clásicas. El primero de ellos es, sin duda alguna, el trabajo de Reitman en la dirección, un trabajo que podría analizarse bajo muy diferentes ópticas pero que, en lo que a mi respecta, resulta por momentos arrebatador gracias a la pasión por el detalle que destilan incontables momentos del metraje, con la escena de la confección de la tarta de melocotón como mejor ejemplo de ello.
Enhebrada con claras concomitancias hacia aquella que servía a Jerry Zucker como momento más reconocible de ‘Ghost’ (id, 1990), y de gran repercusión con miras hacia el epílogo de la cinta, el mimo con el que Reitman trata dicha escena dimana una pulsión erótica evidente que para nada se ve disminuida por la presencia del personaje interpretado por Gattling Griffith, quizás el eslabón menos fuerte en el otro responsable de mejorar la percepción acerca del filme: la labor de sus intérpretes en general y de su pareja protagonista en particular.
Con la corrección de Griffith o Clark Gregg, o lo anecdótico de la presencia de James Van Der Beek —lo de Tobey Maguire no sabría muy bien como calificarlo— está claro que el peso de conseguir cautivar al espectador recae en última instancia en Winslet y Brolin y ambos, conscientes de ello, dan muestras inequívocas de ser maestros alquimistas a la hora de destilar la química precisa que, entre fragilidad y determinación, trasluce de sus interpretaciones, pudiendo aplicarse ambas cualidades de forma indistinta en un momento u otro tanto al personaje de Adele como al de Frank.
La conjunción entre dirección y pareja protagonista es pues, como decía, lo que evita que ‘Una vida en tres días’ sea un exasperante drama más, alzándose por encima de la media gracias a sus dos valores más sólidos por mucho que el guión no pase de lo anecdótico. Es más que probable que la cinta termine perdida en el olvido o, como afirma mi compañero Mikel, sea considerada como un tropiezo en la trayectoria de Jason Reitman aunque, en lo que a servidor concierne, tanto uno como otro no harían justicia a un filme más que digno.
Autor: Sergio Benítez (Blog de cine)
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