martes, 25 de marzo de 2014
Crítica de "Ocho apellidos vascos", la comedia del momento
De entre los rescoldos de Vaya semanita, donde se han asado vuelta y vuelta algunos sketches de barra de Los morancos, surge este noble (en la más pura tradición del tópico vascongado) intento de trasladar la fórmula de equívoco, patadón y tentetieso (y a poder ser, su taquilla) de la francesa Bienvenidos al Norte (exitazo mundial que ya tuvo su chocarrera versión en Italia: Bienvenidos al Sur). Y desde los apellidos del título, sus responsables aciertan al separarse del RH sanguíneo del modelo para ampliar la propuesta a dos carriles de ida y vuelta Euskadi-Andalucía con hijuelas (el giro del personaje de Carmen Machi, fetén). Es también éste el retorno a un tipo de comedia muy pegada al chiste puro, que toma el corte romanticón chico-conoce-chica (gran arranque, perfecto el contrapunto entre el barroquismo del buen debú de Dani Rovira y la bella sequedad de Clara Lago) sólo como excusa a mayor gloria del enredo autonómico y que viaja en su humor de lo sublime (la cena con recuento de apellidos, cumbre) a lo grimoso (Los Del Río attack) con una naturalidad arrebatadora, a mayor gloria del altibajo sin complejos. La peli tiene eso tan subjetivo y delicado que conocemos como gracia. Sí, muchísima gracia, tan peligrosa y susceptible de no ser reconocida en un día nublado del espectador, pero tan definitiva como la diferencia entre un chascarrillo contado por tu suegra o por tu mejor amigo. Y entre risas desengrasantes se agradece a Martínez-Lázaro, con una carrera que alterna el drama severo made in Spain con la comedia con colas en los cines, ceder el protagonismo al campo minado de gags que proponen Cobeaga y San José, dos tipos que quieren cargarse el refranero español: son graciosos y merecen caer en gracia. Salvamos incluso que, excepto Karra Elejalde (extraordinario, sólo Arguiñano podría hacer corpóreo tanto vasquismo sobre sus hombros), ninguno de sus protagonistas sea de la provincia de su personaje. Con todo, y sin pretenderlo (aúpa ahí), Ocho apellidos vascos hace más por la convivencia entre gentes que comparten DNI que todos los partidos políticos del Estado en las últimas cuatro o cinco legislaturas.
Autor: Carlos Marañón (Cinemanía)
jueves, 20 de marzo de 2014
Crítica de "Ocho apellidos vascos"
De entre los rescoldos de Vaya semanita, donde se han asado vuelta y vuelta algunos sketches de barra de Los morancos, surge este noble (en la más pura tradición del tópico vascongado) intento de trasladar la fórmula de equívoco, patadón y tentetieso (y a poder ser, su taquilla) de la francesa Bienvenidos al Norte (exitazo mundial que ya tuvo su chocarrera versión en Italia: Bienvenidos al Sur). Y desde los apellidos del título, sus responsables aciertan al separarse del RH sanguíneo del modelo para ampliar la propuesta a dos carriles de ida y vuelta Euskadi-Andalucía con hijuelas (el giro del personaje de Carmen Machi, fetén). Es también éste el retorno a un tipo de comedia muy pegada al chiste puro, que toma el corte romanticón chico-conoce-chica (gran arranque, perfecto el contrapunto entre el barroquismo del buen debú de Dani Rovira y la bella sequedad de Clara Lago) sólo como excusa a mayor gloria del enredo autonómico y que viaja en su humor de lo sublime (la cena con recuento de apellidos, cumbre) a lo grimoso (Los Del Río attack) con una naturalidad arrebatadora, a mayor gloria del altibajo sin complejos. La peli tiene eso tan subjetivo y delicado que conocemos como gracia. Sí, muchísima gracia, tan peligrosa y susceptible de no ser reconocida en un día nublado del espectador, pero tan definitiva como la diferencia entre un chascarrillo contado por tu suegra o por tu mejor amigo. Y entre risas desengrasantes se agradece a Martínez-Lázaro, con una carrera que alterna el drama severo made in Spain con la comedia con colas en los cines, ceder el protagonismo al campo minado de gags que proponen Cobeaga y San José, dos tipos que quieren cargarse el refranero español: son graciosos y merecen caer en gracia. Salvamos incluso que, excepto Karra Elejalde (extraordinario, sólo Arguiñano podría hacer corpóreo tanto vasquismo sobre sus hombros), ninguno de sus protagonistas sea de la provincia de su personaje. Con todo, y sin pretenderlo (aúpa ahí), Ocho apellidos vascos hace más por la convivencia entre gentes que comparten DNI que todos los partidos políticos del Estado en las últimas cuatro o cinco legislaturas.
Autor: Carlos Marañón (Cinemanía)
'Ocho apellidos vascos' arrasa en la taquilla en su primer fin de semana de estreno
'Ocho apellidos vascos' ha arrasado en la
taquilla española en su primer fin de semana de estreno. Con una
recaudación estimada de 2.8 millones de euros, se ha convertido en la
mejor apertura de una película española desde 'Lo imposible'.
' Ocho apellidos vascos' se ha colocado claramente en el número uno de la taquilla española en su fin de semana de estreno
con una recaudación estimada de 2.8 millones de euros, el 40% de la
recaudación total del fin de semana, y casi triplicando a la siguiente
del ranking. La cinta, que se ha estrenado en 320 cines y 400 pantallas,
logra un promedio de 8.844€ por cine y 7.075€ por pantalla, siendo los
mejores ratios del mercado.
La película se ha convertido también en la mejor apertura de una película española desde ' Lo Imposible',
en la mejor apertura de una comedia española que parte de un concepto
original y en la quince mejor apertura de una película española en la
historia. Además, su éxito la ha posicionado en el Top 15 del estimado
mundial este fin de semana, según Rentrak.
Sinopsis
Rafa
(Dani Rovira), andaluz de pura cepa, nunca ha tenido que salir de su
querida Sevilla para conseguir lo que más le importa en la vida: el
fino, la gomina y las mujeres. Hasta que un día todo cambia cuando
aparece la primera mujer que se resiste a sus encantos: Amaia (Clara Lago), una vasca. Rafa está decidido a conquistarla y viaja hasta un pueblo de la Euskadi profunda. Allí, para conseguir a Amaia hará lo que haga falta, hasta hacerse pasar por vasco.
'Ocho apellidos vascos' está dirigida por Emilio Martínez‐Lázaro, con guión de Borja Cobeaga y Diego San José, y protagonizada por Clara Lago, Dani Rovira, Carmen Machi y Karra Elejalde.
Está producida LaZona, Kowalski Films y Snow Films A.I.E. para
Telecinco Cinema, y cuenta con la colaboración de ETB y CANAL+. Es
distribuida por Universal Pictures International Spain.
Fuente: Tele 5
Crítica de "Una vida en tres días"
Mirar el reloj de forma constante e inquieta. Ese es, probablemente, el mejor termómetro que servidor tiene para determinar, previa entrada en disquisiciones puramente cinematográficas, si la película que estoy visionando en el cine “me está gustando o no”. Unido a cierto movimiento de incomodidad en la butaca, el buscar la información de cuánto le queda de metraje a un título u otro es claro indicio de que, una vez arranque a analizarlo en estas líneas de tinta virtual, poco es lo que voy a poder sacar de positivo de la producción en cuestión.
A todas luces, el que transcurrida ni media hora de proyección ya hubiera buscado la fugaz información de las manecillas tenía que haber supuesto que las apreciaciones acerca de ‘Una vida en tres días’ (‘Labor Day’, Jason Reitman, 2013) partieran, como poco, con una nada desdeñable desventaja considerando que, en tan corto espacio de tiempo, ya había fruncido el ceño en un par de ocasiones como muestra clara de desaprobación ante sendos momentos de una notable endeblez.
Un mal arranque…
Y es que el filme de Reitman comienza cojeando cuando, transcurridos cinco minutos de metraje, el cineasta nos introduce la premisa de partida que servirá como punto de inicio para el grueso de la trama. Desconociendo si en la novela en la que se basa el guión del director este fundamental hito queda conjugado en los mismos términos, sorprende sobremanera lo ridículo e inverosímil del tratamiento que aquí se le da al momento en el que el personaje de Josh Brolin irrumpe en las vidas de Adele y Henry.
Secuencia del todo implausible por mucho que la personalidad de Adele —una espléndida Kate Winslet— haya sido definida en unos modos que podrían servir de justificación algo laxa de la misma, lo que sigue a continuación no resulta mucho más creíble, y como espectadores hay que poner mucho de nuestra parte para soportar la insustancialidad por la que la cinta campa a sus anchas durante algo más de media hora de metraje, no consiguiendo Reitman que logremos empatizar con unos personajes que, ante todo, podrían calificarse como asépticos.
A ello ayudan enormemente unos diálogos mal definidos y por completo desnaturalizados que sirven para desdibujar tanto a la pareja protagonista como al adolescente cuya voz en off va hilvanando unos acontecimientos que, paradójicamente —y trascendido ese tramo inicial de proyección— comienzan a trabajar en términos muy opuestos a lo que hasta entonces habíamos podido ver, atrayendo cada vez más la atención del respetable hasta el punto de comenzar a virar las inciertas impresiones iniciales que la cinta iba instilando en el espectador.
…para una película que termina cautivando
Dos son los responsables directos de que ello ocurra y de que, a la postre, ‘Una vida en tres días’ deje atrás sus más que titubeantes comienzos y consiga posicionarse como un drama bastante digno de resonancias clásicas. El primero de ellos es, sin duda alguna, el trabajo de Reitman en la dirección, un trabajo que podría analizarse bajo muy diferentes ópticas pero que, en lo que a mi respecta, resulta por momentos arrebatador gracias a la pasión por el detalle que destilan incontables momentos del metraje, con la escena de la confección de la tarta de melocotón como mejor ejemplo de ello.
Enhebrada con claras concomitancias hacia aquella que servía a Jerry Zucker como momento más reconocible de ‘Ghost’ (id, 1990), y de gran repercusión con miras hacia el epílogo de la cinta, el mimo con el que Reitman trata dicha escena dimana una pulsión erótica evidente que para nada se ve disminuida por la presencia del personaje interpretado por Gattling Griffith, quizás el eslabón menos fuerte en el otro responsable de mejorar la percepción acerca del filme: la labor de sus intérpretes en general y de su pareja protagonista en particular.
Con la corrección de Griffith o Clark Gregg, o lo anecdótico de la presencia de James Van Der Beek —lo de Tobey Maguire no sabría muy bien como calificarlo— está claro que el peso de conseguir cautivar al espectador recae en última instancia en Winslet y Brolin y ambos, conscientes de ello, dan muestras inequívocas de ser maestros alquimistas a la hora de destilar la química precisa que, entre fragilidad y determinación, trasluce de sus interpretaciones, pudiendo aplicarse ambas cualidades de forma indistinta en un momento u otro tanto al personaje de Adele como al de Frank.
La conjunción entre dirección y pareja protagonista es pues, como decía, lo que evita que ‘Una vida en tres días’ sea un exasperante drama más, alzándose por encima de la media gracias a sus dos valores más sólidos por mucho que el guión no pase de lo anecdótico. Es más que probable que la cinta termine perdida en el olvido o, como afirma mi compañero Mikel, sea considerada como un tropiezo en la trayectoria de Jason Reitman aunque, en lo que a servidor concierne, tanto uno como otro no harían justicia a un filme más que digno.
Autor: Sergio Benítez (Blog de cine)
Crítica de "Ocho apellidos vascos"
No voy a ser yo el que afirme que para que ‘Ocho apellidos vascos’ (id, Emilio Martínez Lázaro, 2014) consiga arrancar las sonoras carcajadas que consiguió en el numeroso público asistente a la función que acudí a ver el pasado viernes, uno tenga que ser forzosamente andaluz, pero no deja de ser cierto que la singular personalidad de la que hace gala el humor de esta comedia romántica guionizada por Borja Cobeaga y Diego San José pasa por esa impenitente capacidad de los que vivimos por debajo de Despeñaperros para reírnos de todo; un todo que empieza y acaba, sí o sí, por nosotros mismos.
Es en este sentido donde la cinta de Lázaro conseguía provocar las risas más incontenibles y en el que, en última instancia, y gracias a la sorpresa que ha resultado el debut en la gran pantalla de ese enorme humorista que es Dani Rovira, se fundamenta parcialmente la efectividad de una cinta que sigue al pie de la letra los patrones más que establecidos del género al que se adhiere, sin pretender innovar en las estructuras del mismo. Lo único que pretende ‘Ocho apellidos vascos’ es entretener y que durante noventa minutos no tengamos otra preocupación que reír a mandíbula batiente. Y lo consigue. Vaya si lo consigue.
Ahora bien, como todo hay que decirlo, si este filme sobre un sevillano encoñado por una vasca que se planta en el pueblo de ésta para tratar de convencerla de que salga con él termina funcionando no es, ni de lejos, por la dirección de un Martínez-Lázaro que conoció momentos mejores en tiempos pretéritos: anodina e insustancial como ella sola, la labor del cineasta tras la cámara es de un carácter acomodaticio preocupante, careciendo la cinta del más mínimo recurso que pueda suscitar el interés cinematográfico y cayendo en ciertos “errores” de esos que hará que el más atento se eche las manos a la cabeza.
‘Ocho apellidos vascos’, una comedia de actores
Así las cosas, la total responsabilidad de sacar adelante el filme recae sobre los hombros de la pareja de guionistas y, en última instancia, en un cuarteto —ampliable puntualmente a sexteto— que consigue con suma facilidad hacernos creer hasta los apuntes más inverosímiles del trabajo de Cobeaga y San José. Éstos, que enhebran la totalidad del libreto a partir de la suma de lugares comunes de la comedia romántica y del uso —muy bien entendido, por cierto— de los arquetipos que caracterizan a andaluces-sevillanos y a vascos, consiguen sus mejores chistes en el inevitable choque de formas de entender la vida de unos y otros.
Trabando los mismos mediante la vertiente de enredos del género y acudiendo a las arremetidas de unos y otros contra las idiosincrasias de las distintas latitudes de la geografía española, es muy evidente que si las ideas de los escritores funcionan en la pantalla hasta el punto de arrancarnos lágrimas de risa es verbigracia a la incuestionable solidez que aportan Karra Elejalde y Carmen Machí, al buen —y sorprendente— papel que cuaja Clara Lago y, por encima de todo, a esa estrella recién nacida que es Rovira.
Y si nunca habéis visto alguno de los monólogos que nos ha dejado en ‘El club de la comedia’ —echadle un ojo a este impagable sketch— ahora tenéis la oportunidad de descubrir el “arte” que tiene este malagueño que lo mismo te imita a un sevillano con absoluta precisión —creedme, he vivido media vida en la capital hispalense— o se saca de la manga un más que creíble acento vasco que encuentra sus mejores momentos en los careos con Elejalde —sin ir más lejos, la mejor escena del filme, la de la cena, es con ellos dos.
Unido a él, la presencia puntual de esos dos genios que son Alfonso Sánchez y Alberto López —ganas es decir poco al referirme a su próximo filme— hace que algunas de las ideas más ruborizantes del guión se pasen por alto —ese final— y que, si bien quede más o menos claro que desde el punto de vista cinematográfico ‘Ocho apellidos vascos’ tiene poco o nada que ofrecer, como hilarante entretenimiento es un vehículo de primera y no hay que pedirle más.
Autor: Sergio Benítez (Blog de cine)
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